Ainhoa Arteta acaba de debutar en el Festival Mozart con un recital, después de su concierto de octubre pasado con la OSG. Como ella misma expresó al final de su actuación, sólo le faltaría cantar aquí una ópera completa para redondear un retrato lo más completo posible de esta magnífica soprano, una de las pocas que, por las razones que sea, suele ejercer de poderoso y eficaz imán para el público: lo cierto es que el Rosalía sólo ha rozado el lleno con su presencia, en este certamen. Con un soberbio pianista, Roger Vignoles, acompañante de grandes damas del canto, como lo fue en el pasado Kiri Te Kanawa, Arteta acreditó su condición de experimentada liederista, un delicado y complejo terreno expresivo que lleva frecuentando suficiente tiempo como para que pueda tomársela en serio, también en esta faceta. Su voz, de lírica ancha, creó la necesaria atmósfera de intimidad, en la primera parte, con las elegantes canciones francesas. Reynaldo Hanh, de un modo muy particular, con su melodismo directo, se adapta como un guante a las posibilidades de la soprano, permitiéndole lucir la innegable belleza de su instrumento y aportar a la vez detalles de buen gusto, como cuando adelgaza el sonido o lo sostiene con un fiato admirable. Tras el descanso, la contención se transformó, cambio de vestido incluido, en señorío para la interpretación de tres autores españoles: Obradors, Granados y Turina, bien diferenciados. Con amplio volumen y seguridad en el agudo, sus interpretaciones se decantaron aquí por el arrebato, que se traduce tanto en la efusión de un canto extrovertido como en el propio gesto. Correspondió a las aclamaciones del público con dos propinas, un Montsalvatge con el que la cantante vasca quiso expresar su deseo de paz en momentos tan delicados y la célebre Tarántula , escenificación incluida. Vignoles fue el acompañante ideal. Festival Mozart. Teatro Rosalía. Ainhoa Arteta, soprano. Roger Vignoles, piano. Obras de Gounod, Turina, Obradors...