Lo confieso: odio a los Lunnis

La Voz

TELEVISIÓN

14 feb 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

SOY UN monstruo, lo sé, pero no lo puedo evitar: odio a los Lunnis. No es que me aburran soberanamente, que lo hacen, sino que me parecen una tomadura de pelo a la inteligencia de los niños. Vale que para los menores de tres años estén bien, pero es que un niño menor de tres años no tiene que ver la tele. Para el resto, es una guasa. Muñecos de trapo, con pelos de colores y hablando con voz de adulto disimulada... eso era aceptable en el pleistoceno televisivo de mi infancia, con los globos, la casita del reloj o los más cercanos espinetes y compañía. Los teleñecos, a pesar de ser de trapo y de esa época, no eran tan cursis como Lucho y compañía. Eran una naranja encantadora y optimista (Epi) y un limón amargado (Blas) la mar de graciosos y tiernos. En conjunto tenían un punto transgresor (la cerda persiguiendo a la rana era total) y hasta gore (recuerden al conde y sus cuentas). Ahora todo está edulcorado, empastelado, apampado... todo está bajo una nube rosa que tapa el misterioso, cruel y fascinante mundo de los niños. Prefiero la visión pixar de la infancia, ya saben, los juguetes que se celan por ser el centro de atención de su dueño pero que al final aprenden a aceptarse y ayudarse; las hormigas que quieren tener una visión del mundo mayor que el trasero de su compañera de fila, o los monstruos del armario que le tienen miedo a los niños para descubrir después que la risa genera más energía que el llanto. Claro que puestos a elegir, y la tele convencional me obliga, prefiero los Lunnis a los dibujos japoneses, con esos ojos enfermos y sus problemas de violencia. Pero eso no les quita ni ápice de cursilería.