Viaje al corazón de Frida

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Los intelectuales mexicanos ven con recelo el éxito mundial de la pintora y su ascenso por encima de Diego Rivera, marido de Frida y gloria nacional

20 oct 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

Llegar a la Casa Azul, el domicilio en el que Frida Kahlo pasó la mayor parte de su vida, es relativamente fácil a pesar de las colosales dimensiones de la ciudad de México. El barrio en el que está imbricado, Coyoacán, es uno de los más hermosos de la ciudad, con edificios coloniales que hoy son sede de organismos públicos, y constantes señales que indican la dirección de la casa, hoy museo, de una de las artistas más sorprendentes del siglo XX y todo un icono de carácter planetario. La mayor parte de los visitantes son extranjeros: «En México, las señoras burguesas no acaban de aceptar a Frida. No la entienden». Me lo dice por lo bajini alguien que conoce tan bien al personaje como al museo. Sorprendente. Un paseo por el interior de la Casa Azul impregna enseguida al visitante del inconfundible aroma Frida: autorretratos, cuadros familiares, de Diego Rivera y otros personajes cercanos dan paso a las habitaciones flanqueadas por una extensa e inquietante colección de exvotos populares que chocan con las constantes referencias comunistas: Mao, Stalin, Marx, Lenin. Extraños compañeros de viaje en una casa en la que estuvo refugiado Trotski antes de su muerte. ¿Fue amante de Frida? Aunque no es posible asegurarlo, un taxista mantiene apasionadamente que sí. ¿Lo fue en realidad? La leyenda sobre el personaje es tan grande y sorprendente como su obra. Así se entiende mejor que a las señoras de la alta sociedad les produzca urticaria la imagen de Frida. En la Casa Azul nació Frida Kahlo en 1907 y allí vivió la mayor parte de su turbulenta y apasionada relación con Diego Rivera, el pintor del pueblo mexicano que en su día adquirió la casa y la amplió. Pero hoy la casa es de Frida, y su espíritu se sobrepone como un manto al recuerdo de Diego, sólo presente a través de los cuadros de su mujer. Frida contra Diego Esa dualidad artística que probablemente no se produjo en vida de la fascinante pareja se plasma hoy entre los mexicanos. Tras la explosión Frida en todo el mundo como un icono femenino, libre, avanzado, original y en cierto modo asombroso, los intelectuales mexicanos elevan la figura de Diego Rivera, un referente masculino, sentimental, revolucionario y apasionado. Adjetivos todos que valen para Frida, pero que los mexicanos, al menos los que forman parte de una importante corriente intelectual, prefieren otorgar a Diego. Carlos Monsivais, uno de los intelectuales más reconocidos del país, opina que Frida se ha convertido en una industria, «en un valor bursátil» y que, en cualquier caso, su leyenda la ha llevado «por encima de la crítica». El propio Monsivais admite que en muchos lugares Diego Rivera es conocido como el marido de Frida Kahlo: «En realidad es una exageración», dice, pero esa definición, que resulta dolorosa para los mexicanos, es la misma que usa Luis Martín Lozano, director del museo de Arte Moderno de México: «Si Frida no hubiera sido pareja de Diego tal vez nunca habría estado en contacto con la crítica». Apoyado en esa hipótesis, el especialista incide en otra idea: «Fuera de México, fascina el mito y su obra se entiende a través de esa condición. Pero Frida no fue la víctima de Diego». La muestra de Santiago Parte de esa obra, de la de Frida, se verá en la sede de la fundación Caixa Galicia en Santiago a partir del día 28. Algo más de dos docenas de lienzos que reflejan con especial crudeza el sufrimiento de la pintora, que sufrió la poliomielitis siendo una niña y un brutal accidente de coche en su adolescencia que a su vez le impidió tener hijos. Toda esa parte de dolor que condicionó su vida y su obra estará en la muestra de Compostela. Pero más allá de las discusiones entre los mexicanos sobre si Frida, o si Diego, o si ambos, las memorias de quienes los conocieron son fascinantes. Monsivais recuerda que sólo vio a Frida una vez, en una manifestación contra la intervención estadounidense en Guatemala y cómo en aquella protesta todo se les fue «en ver a Frida. Y en seguirla. Estaba ya consumida». Monsivais recuerda también su funeral, un espectáculo casi surrealista con Chavela Vargas brindando sobre el ataúd por la salud de la fallecida, la gente cantando rancheras, envuelto el ferétro con la bandera rojinegra y la disputa posterior para cambiar la enseña mientras Diego gritaba que, si cambiaban la bandera, él se llevaba el féretro. Frida Kahlo, medio europea, medio mexicana, se inventó un prototipo nacionalista y creó una escuela que nace y muere con ella. Hoy asombra al mundo desde las exposiciones internacionales a los museos mexicanos pasando por la mercancía de los vendedores ambulantes del Zócalo. El 28, los gallegos tendremos algo más de opinión al respecto.