En que mientras don Quijote duerme, los otros queman sus libros, de cuyas páginas parecen querer escapar los personajes más disparatados.
06 feb 2005 . Actualizado a las 06:00 h.Amable lector: yo no sé si a usted le gusta coleccionar llaveros o atesorar figuritas de porcelana. Si compra en los quioscos aviones de guerra o casas de muñecas. No sé qué le gusta guardar, si botellas de vino o trofeos de mus y de tute cabrón. Pero le confieso que a mí me gustan los libros. No me malinterprete. No he dicho que me guste leer; no he dicho eso. A mí me gustan «físicamente» los libros. Por eso hoy escribo este capítulo postrado por el mucho sufrimiento. Porque en el capítulo de esta semana se unen la familia, el trabajo, la religión y la higiene para cometer la mayor tropelía cultural desde lo de Alejandría. Voy a contar los hechos. Todavía duerme el caballero andante por el cansancio acumulado de las aventuras que se cuentan en los primeros capítulos, cuando llegan a la casa el cura Pero Pérez y el barbero Nicolás. Allí piden la llave del cuarto de la biblioteca a la sobrina, que no sólo la da, sino que anima a los inquisidores en su misión redentora. Se monta una cadena humana contra natura para formar la hoguera. El barbero toma un libro del estante y se lo entrega al cura. Éste lo mira, lo condena y se lo pasa al ama o a la sobrina; y finalmente sale volando por la ventana. Así, vuelan como platos o pichones el Amadís de Grecia -con su reina Pintiquinestra y su pastor Darinel- un tal Olivante de Laura, el Florismarte de Hircania, el Caballero del Platir, el Caballero de la Cruz y un volumen titulado Espejo de Caballerías . También Bernardo de Carpio, Palmerían de Oliva y otros nombres pintureros. El cura, convertido en juez supremo, perdona la vida del Amadís de Gaula y también del Palmerín de Inglaterra . Pero aparece también por allí la Galatea , de un tal Cervantes, a la cual se pone en cuarentena por si acaso. Se salva una gran parte de los libros de poesía a pesar del temor de la sobrina de que a su tío, curado de la locura, le dé por hacerse poeta, enfermedad incurable y pegadiza. De la quema se salva también por el azar La Historia del Famoso Caballero Tirante el Blanco , donde se habla de don Quirieleisón de Montalbán y de su hermano Tomás de Montalbán, del caballero Fonseca, de la doncella Placerdemivida (que es casi como llamarse Maricielo Pajares) y de la viuda Reposada. Lo salva el licenciado porque allí «comen los caballeros y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte con estas cosas de que los demás libros carecen». Lo cierto es que yo, mientras leo este capítulo sólo deseo que despierte don Quijote y empuñe la espada para expulsar a los inquisidores de su casa. Comenzaré a gritar, a ver si me oye.