HUÉRFANA

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TELEVISIÓN

EDUARDO GALÁN LA RUTA DE LAS ESTRELLAS

11 abr 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

Crecer mirándose en el espejo de la pantalla deja un daño indeleble. Jodie Foster fue una de esas hijas del cine, desde los tres años delante del ojo saturnal. Su mamá la llevó de la mano para que, al sol tamizado del atardecer, pusiera culito y pecas en la larga lista de los pequeños cuerpos Coppertone. Hizo peliculitas de la factoría Disney, jugó con Tom Sawyer, fue amiga precoz del hijo de otra Alicia, la Alicia ya no vive aquí de Scorsese, y la chica preferida del gangster adolescente Bugsy Malone. En todas estas primeras películas, hacía de niña espabilada y aparentemente normal. Pero en Ecos de un verano, Jodie se maquilla de vieja delante de un espejo, jugando a envejecer en un mundo de adultos. Desde entonces la acompaña esa sensación de orfandad, de niña sola abandonada a la aventura de la madurez. Fragilidad y dureza conviven en su cuerpo que aún no acabó de crecer. La puta adolescente de Taxi Driver, la dulce Iris, es una pequeña flor urbana: vida radiante desayunando tostadas frente al justiciero tronado. Que es una actriz intuitiva, sin método, queda claro en esta prodigiosa secuencia. En Foxes, aún es otra niña sin cariño en busca de la figura paterna, con la pintura de guerra descargada a brochazos sobre el acné. Encima de la máquina del millón, todos los hombres del mundo la violan en Acusados. Irónicamente, Alicia-Jodie encuentra a un terrible padre-amante, habitual devorador de hijos, que la adopta para que no sufra con el ruido de El silencio de los corderos. Niña salvaje «¿Quién es el que está sentado en mi cocina?», se pregunta ante el hombre sin rostro de Sommersby, mientras protege al Pequeño Tate, niño prodigio inadaptado en una sociedad que no acoge a los raros. Por buscar hasta busca a su padre en la tercera fase marciana de Contact. Aún es la niña salvaje y abandonada de Nell, cuando un padre grande como Liam Neeson llega para cuidarla.