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M.A. FERNÁNDEZ CRÍTICA DE CINE

11 may 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuenta el mexicano Guillermo del Toro que su pasión por el horror le viene de su pertenencia infantil a una congregación mariana que les llevaba a rezar a catacumbas góticas y les abrían las tumbas para que tocasen las momias. Natural. Sorprendió con Cronos y en el Espinazo del diablo regresa a sus orígenes. Sólo hay un problema: su brillantez visual se come una trama que abarca mucho y aprieta poco. La España de la guerra civil está asociada a la sordidez, y el cine se va a ella cuando desea dar forma a historias de misterio como la que desarrolla Del Toro en El espinazo del diablo. Su capacidad para referenciar visualmente el marco, es de asombro. Desde el primero al último fotograma entramos en el juego. Hay un triste orfanato con personajes tristes que en algún caso actúan con motivaciones sórdidas. El horror y el misterio flotan sobre una trama en la que hay de todo un poco, pero sin que cristalice en opciones claras. Claro que eso no invalida la película, un atractivo ejercicio de visualidad, que cuenta con una excelente dirección de actores infantiles y saca a la pareja Paredes-Luppi rasgos que avalan la intención rigorista del director. Los personajes carecen del revestimiento adecuado. Se nota que guardan muchas posibilidades, pero por la razón que fuere, Guillermo del Toro prefirió dejarlos así.