España cae del primer puesto mundial al 38.º en fallecimientos por población

Juan Ventura Lado Alvela
j. v. lado REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Juan Carlos Caval

La letalidad es diez veces inferior que en los peores momentos de la pandemia

28 ene 2022 . Actualizado a las 20:11 h.

A finales de mayo del 2020, con la publicación de los datos del Sistema de Vigilancia de la Mortalidad Diaria (MoMo) España copaba los titulares porque se convertía en el país del mundo con más muertes por habitante a causa del covid-19, adelantando a Reino Unido y Bélgica, los más azotados por la pandemia en Europa en aquel momento.

Ayer, según los datos recopilados por Worldometers de fuentes oficiales de todo el mundo, España ocupaba el puesto 38 con 192 víctimas por cada 100.000 habitantes, prácticamente las mismas que en Francia, algo por encima de Portugal y a una distancia más que considerable de Perú, el país más castigado, con 603 decesos, más del triple. Una evolución que también se aprecia en la letalidad —número de fallecidos entre los casos diagnosticados—, que está en el 1,2 % frente al 3 de Rusia, el 4,3 de China, el 7,5 de México y el 8,8 de Perú.

Al margen del valor relativo que puedan tener las cifras, porque la efectividad de los sistemas de vigilancia resiste poca comparación entre unos países y otros, este ránking sí ilustra algunas realidades conocidas, como el impacto de la vacunación a la hora de reducir el número de casos graves y, en consecuencia, los fallecimientos. No en vano, entre los diez primeros países, al margen de Perú, nueve son de Europa central y oriental, donde la cobertura vacunal es más pobre. Bulgaria, que presenta los peores datos de inoculación de dosis de toda Europa, con menos del 30 % de la población con la pauta completa, se sitúa en segundo lugar con 459 víctimas por cada 100.000 habitantes. Son más de 31.500 muertos en una población que no llega a los siete millones de personas.

Los siguientes puestos de la lista los ocupan Bosnia Herzegovina, Hungría, Montenegro, Macedonia del Norte, Georgia, Chequia, Croacia y Eslovaquia, donde con algunas diferencias las campañas de vacunación se caracterizan por su escaso éxito.

Y la relación sigue porque entre los 20 primeros solo se cuelan Estados Unidos y Brasil y a continuación vienen otros países latinoamericanos como Argentina y Colombia, que han accedido a vacunas de menor efectividad y de manera insuficiente para la población.

Por contra, China, donde todo indica que se originó el SARS-CoV-2, que ha apostado por la máxima rigurosidad en la contención, está en el lugar 208 de 224, con tan solo 7 fallecidos por cada 100.000 habitantes. Australia, también con políticas muy restrictivas, en el 167. Cuba, que pese a su precariedad económica desarrolló vacunas propias está en el 100 e Israel, el país que más aceleró la inmunización al principio, en el 88.

En cualquier caso, la mortalidad del covid, al margen del rigor con los datos, está influida por numerosos factores, como la edad o la concentración de la población, la capacidad de los recursos sanitarios, la movilidad o el número de personas previamente infectadas. El porcentaje de personas mayores —las más vulnerables— de Japón no tiene nada que ver con el de Gambia y la cantidad de gente que viaja en avión en Suiza no admite comparación con la de Camboya.

Más de 90.000 víctimas

De ahí que, con sus déficits también, la letalidad cobre una mayor relevancia para interpretar la epidemia. España suma 90.136 víctimas, pero entre casi 7,5 millones de infectados, con lo que la letalidad se sitúa en el 1,2 %, con notables diferencias entre el 1,9 de Castilla-La Mancha y el 0,9 de Galicia. Entre marzo y abril del 2020 llegó al 13 %, diez veces más y en junio del año pasado bajó hasta el 0,2 %, lo que da muchas pistas del efecto de las vacunas y también sobre cómo la capacidad de diagnosticar positivos deforma las estadísticas. Parece claro que en estos momentos el covid-19 no es más mortífero que el verano pasado, pero si se están escapando de los registros centenares de miles de asintomáticos resulta lógico que entre los que sí se detectan el porcentaje de fallecimientos sea mayor.

«Es muy posible que el impacto hospitalario aún sea de delta» 

Para el portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, José Jonay Ojeda, todavía puede resultar «demasiado aventurado» afirmar que la variante ómicron es el final de esta pesadilla sanitaria «porque el virus ya nos ha dado demasiadas sorpresas», pero sí la ve como una oportunidad «para que sea más llevadera». Cree que las próximas semanas y meses van a resultar claves para ver con perspectiva como se han traducido realmente las infecciones de ómicron en casos graves, hospitalizaciones, ucis, fallecimientos... porque «es muy posible que impacto que estamos viendo ahora tenga que ver en buena media con infecciones de delta».

A juicio del especialista en Salud Pública del Hospital La Paz de Madrid hay tres factores fundamentales que pueden explicar la menor gravedad observada en estos momentos en relación con un número mucho mayor de casos. En primer lugar, «la propia epidemiología de las enfermedades transmisibles», porque las vacunas y los ya contagiados confieren «una mayor protección inmunológica». También es posible intuir, aunque hay que confirmarlos, «cambios en el agente infeccioso», de tal modo que ómicron haya conseguido infectar a mucha más gente en menos tiempo, pero con consecuencias más leves. Por último, tampoco ve descartable que por «fatiga, agotamiento o cambio en la percepción del riesgo», exista una relajación a nivel social después de dos años de pandemia que favorezca los contagios.