Así «cibertimaban» a nuestros bisabuelos

Jesús Flores Lojo
Jesús Flores REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

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La Voz ya lo advertía hace más de un siglo: nadie da duros por pesetas. No lo decía literalmente, sino que daba cuenta de un intento de timo «tecnológico» con el que sus autores pretendían hacer pasar por verdad tal imposible. Un fraude que coincidía en el tiempo con la aparición de las primeras «ciberestafas». Nuestros bisabuelos ya tenían también que estar muy alerta.

24 nov 2021 . Actualizado a las 09:40 h.

Telegramas, telefonemas, correos electrónicos, sms... WhatsApp: los profesionales del timo llevan siglo y medio intentado sacar provecho de las tecnologías de comunicación a distancia a su alcance en cada época para embaucar al prójimo, aunque es en los dos últimos años cuando las cifras de este tipo de delitos se han disparado hasta un 135 % en España.

Pero vayamos al principio. Así relataba La Voz el primer intento de ciberengaño que reseñaron nuestras páginas, allá por marzo de 1886: «Han sido detenidos tres sujetos en Barcelona que trataron de estafar a los principales bolsistas, viajando hasta Madrid para telegrafiar desde allí unos supuestos cambios, con el objeto de producir una confusión que les fuera aprovechable». El periódico informaba que los timadores habían sido descubiertos operando con «unos 500 duros de fondo» y que el ministro de Gobernación pudo advertir a tiempo a la bolsa de la tentativa de fraude.

Para ser exactos, hay que decir que La Voz había ya relatado otras ciberestafas previas a esta, pero tan elementales que sus autores merecerían entrar en la misma celda que los del tocomocho o de la estampita. Valga como ejemplo el del listo que envió un telefonema a una empresa, haciéndose pasar por uno de sus propietarios, que estaba de viaje, para solicitar que le entregasen una elevada cantidad de dinero a un sujeto que iba a personarse allí a una determinada hora. Al final, informaba nuestro diario, el hombre se personó en la cárcel.

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Condes venidos a menos

Era una época en la que las páginas del periódico relataban sabrosas historias de condes venidos a menos que embaucaban a veteranas damas o de engaños con falsas herencias por el medio. Pero no faltaban mentes despiertas capaces de las más complejas artimañas. En 1889, La Voz anunciaba la detención de una banda que, si bien aún era el mes de junio, ya estaba haciendo su agosto con un I+d al que la policía bautizó como «la guitarra». Por explicarlo de forma simple (aunque el artilugio debía de ser bastante sofisticado para su tiempo), digamos que era una máquina en la que se introducía una moneda de una peseta y al accionar un mecanismo aparecía por el otro lado una de cinco. ¿Dónde estaba el truco? En esos años, las pesetas eran de color plata y las monedas de duro, doradas. En el artefacto —«con forma de caja admirablemente pulimentada y en cuyo interior aparece la maquinaria de un complicado reloj»— introducían una de estas últimas, a la que previamente habían disfrazado con un baño plateado. Lo que en realidad hacía la máquina al accionarse un mecanismo era devolverle a la moneda su color original. «El timado —explicaba el periódico con cierta sorna— cree poseer una fortuna con el artilugio indicado, paga por este una crecida suma y se encuentra estafado cuando lo hace funcionar en su casa, pues introduce pesetas, le da a la palanca y salen las mismas pesetas por el lado opuesto». En cambio, la máquina del tiempo que es nuestro archivo hemerográfico sí que funciona. Y cuando le damos a la palanca podemos comprobar que en cuestión de estafas las cosas también han cambiado más en las últimas décadas que en el resto de la historia. En noviembre de 1963, junto a la noticia de una triquiñuela telefónica, nos encontramos en La Voz con esta joya de las predicciones de futuro firmada por el periodista Armesto: «Quizás el teléfono deje de servir para los timos cuando se invente un visor que permita observarse a ambos comunicantes. Además, a lo mejor resulta un magnífico sistema para buscar novia sin salir de casa y sin gastar en guateques».

Era solo un visionario a medias aquel colega, que en todo caso concluía su artículo mostrando una lucidez impresionante: «Pero continuarán las estafas, los timos y los fraudes, porque siempre habrá hombres de buena fe a los que sorprender y también maleantes que sabrán dar con ellos».

Uff... imagínense a aquel conde venido a menos de finales del XIX con una web de citas entre sus manos.

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