Suplen la fuga de inquilinos con trabajadores de oficinas que se vacían como medida de seguridad
04 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Las oficinas compartidas (los coworking) de Vigo han reabierto en los últimos días a medio gas tras dos meses cerradas por el confinamiento y se han topado con una fuga de inquilinos que se quedan en casa y siguen teletrabajando para cuidar a los niños o ahorrar gastos. Sin embargo, algunos de estos espacios multipropósito han descubierto filones de negocio surgidos de la cuarentena. Por un lado, el acogimiento de trabajadores deslocalizados por sus propias empresas, que dejan puestos libres en la oficina central para cumplir con la reducción del aforo marcado por la normativa del covid-19. Y, por otro, los profesionales o autónomos que han cerrado su bufete o despacho tras la crisis sanitaria y, al no poder afrontar los gastos de alquiler, buscan un espacio de trabajo low-cost.
El fenómeno de la deslocalización se intensifica a partir de la emergencia sanitaria porque algunas oficinas centrales convencionales de grandes empresas, que congregaban a multitud de empleados, tuvieron que reducir su aforo por el covid-19. Al carecer de espacio para todos los oficinistas, las empresas han deslocalizado a los sobrantes y les buscan hueco en los coworkings. En estos centros tienen a su disposición mesa y silla, sala de reuniones, red de wifi, aseos y otras comodidades. Un ejemplo puede ser una oficina de pedidos de pizzas que, al tener que reducir sillas, envía a parte de sus teleoperadores a un coworking.
Alejandro Marcos, socio de Dinamo Coworking, en la calle Ecuador, ya ha habilitado un nuevo espacio que reserva para la deslocalización de personal de las grandes oficinas. Uno de los puestos lo acaba de ocupar una empleada viguesa que ha sido redirigida desde las instalaciones centrales de su empresa y ahora teletrabaja desde una mesa en Dinamo. Con esta solución, la empleada externa evita desplazarse a diario hasta la central en Pontevedra. Y así la sede rebaja sus puestos operativos y trabajan con mayor tranquilidad.
«Estamos a la expectativa pero creo que aquí hay oportunidades para este espacio», dice Marcos. «Aquí ofrecemos un servicio como nadie y a un coste menor que el alquiler de una oficina; tenemos tarifa plana con Internet, luz, y el recibo de la basura», añade.
Este pack de servicios genera otra «oportunidad» en la crisis: los profesionales que cierran su oficina y buscan algo más asequible. Un nuevo inquilino de Dinamo es un profesional que compartía un local con otro y este último lo dejó durante el confinamiento. Al quedarse solo, no podía afrontar el alquiler y se buscó una mesa en el espacio de la calle Ecuador. De los 21 inquilinos antes de la crisis, uno se fue y ahora hay dos nuevos.
La deslocalización también supuso una oportunidad para Rosalía Coworking. David Vilariño y unos socios inauguraron en enero este espacio compartido en un entresuelo de la calle Rosalía de Castro. Entre sus diez inquilinos estaba una empresa que deslocalizó a varios trabajadores de su sede. Cuando entró en vigor el decreto de alarma, su pagador les ordenó teletrabajar desde casa, donde aún siguen, quizás hasta septiembre. Perder a esta clientela fue un duro golpe para el coworking, que intenta mantenerse a flote pues la mayoría de sus inquilinos tampoco se han reincorporado.
Los fundadores de Rosalía están agobiados por las trabas de los bancos para lograr un crédito ICO porque ellos quieren dar un aval del 80 % y les exigen el 100. Se plantean hacer un parón, cerrar el negocio y «empezar de cero», según explica David Vilariño Núñez. «Tenemos que poner dinero de nuestra vida o tener una inyección de capital del Estado. Nos mandaron a todos para casa, acabaron con el negocio por un problema de salud, a lo mejor no necesitamos perder más. Quizás en octubre nos meten otra vez en casa», indica.
El estado de alarma por el covid-19 ha puesto al borde de la ruina a varios de estas oficinas multipropósito que atraían a profesionales de distintos sectores. A cambio de una tarifa, disfrutaban de un lugar agradable para trabajar con red wifi y una red internacional de colaboradores.
Espacio Nido, en el Casco Vello alto, lleva abierto dos semanas a medio gas y sus tres socios, los arquitectos Alberto Cebral y Ramón Viéitez y la fotógrafa Noemí Díaz, luchan por salir a flote. De los 24 inquilinos se han reincorporado once. Otros cinco cesaron su actividad.
El límite de aforo les impide tener más gente en Nido. Negociaron con su casero, la Xunta, para que les eximiese de los recibos de marzo y abril pero solo lograron la prórroga estatal de dos años para pagar la renta. «La situación está mal porque hay gente que aún no se atreve a compartir espacio por culpa de la pandemia y del miedo. Estamos con un aforo reducido por las condiciones de seguridad a las que nos obligan y por el miedo de nuestros coworkers», dice Ramón Viéitez. «Hay dos problemas: el teletrabajo y la pérdida de trabajo, nadie se mete a pagar cuotas. Además, está la conciliación familiar», añade Cebral. «No pueden venir más porque no hay sitio; hay gente con hijos que no tiene dónde dejarlos», aclara Noemí Díaz. Ambos arquitectos han perdido muchos proyectos por el confinamiento.
Otros espacios aún no han reabierto en la nueva normalidad. Impact Hub, que se mudó a la calle Santiago, en el Barrio Alto, sigue cerrado. Está ligado a una red internacional de emprendedores y desarrollo sostenible. Su portavoz Patricia Díaz explica: «En estos momentos, el espacio está temporalmente cerrado, a la espera de ver qué ocurre en los próximos meses».
En el coworking center Kaleido, desde la verja exterior, se distingue a un solo joven trabajando con las luces medio encendidas.