16 dic 2019 . Actualizado a las 15:13 h.
Inmersos como ya estamos en época de celebraciones prenavideñas con las inexcusables comilonas de trabajo, con los colegas, con los del gimasio, con la peña, etcétera, me parece muy pertinente recuperar un estudio publicado en febrero de este año y que, no obstante, adquiere en estas fechas plena vigencia por cuanto su objetivo era comprobar si a efectos de resaca-de-la-mañana-siguiente es preferible beber la cerveza antes que el vino o al revés.
Una cuestión resumida por los anglosajones con la expresión «beer before wine and you’ll feel fine, wine before beer, have fear»; y que en español podríamos parafrasear como «cerveza antes del vino, estarás fino, vino y después cerveza, te estallará la cabeza». Una teoría que muchas veces se esgrime bajo el argumento de que si se consume a posteriori, las burbujas de la cerveza favorecen y aceleran la absorción del alcohol del vino -otra popular creencia es que las burbujas hacen que el alcohol se te suba antes a la cabeza-.
Una investigación, por tanto, cuyos resultados podemos extrapolar a los fastos navideños, toda vez que el cava, la sidra, el champán y el resto de espumosos que se suelen consumir durante los brindis también son burbujeantes bebidas carbonatadas. Y además, dichas burbujas se originan de forma análoga a las de la cerveza. Esto es, debido a la fermentación de los azúcares presentes en el jugo/extracto original, ya sea de fruta o de cereal, que los convierte en alcohol liberando en el proceso gas CO2 que al quedar atrapado en el líquido produce las burbujas.