«Cos cestos non se compra un traxe»

Marta López CARBALLO

SOCIEDAD

BASILIO BELLO

Manuel es uno de los últimos emisarios de un oficio que languidece por la falta de uso de los cestos. Antes se elaboraban en toda casa «de labradores», dice, porque se utilizaban en las labores del campo

20 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

«Se fose tan fácil como parece dende fóra, habería máis xente facendo cestos». Así es Manuel Espasandín Camafreita (Salto, Vimianzo, 1944), tajante. Como cuando dice que no quiere insistirle a ninguna de sus hijas, ni a sus nietos, para que sigan con una tradición que él heredó de su padre: «A conta dos cestos non se compra un traxe». Ya no hay quien los quiera, porque no se les da el uso de antaño: «Este costume vaise perdendo, porque os cestos xa non teñen vida. Antes usábanse para traballar a terra e facíanse en tódalas casas dos labradores». En Salto, asegura, ya solo queda él.

Aprendió este arte de su padre cuando todavía era un chaval, hace más de cincuenta años. No conoció a su abuelo, y tampoco sabe si la cestería es algo que le venga de generaciones atrás. Él, sin embargo, no se dedicó a esto, sino que trabajó en los aserraderos. En esa época no empleaba tanto tiempo en la cestería - «Había que cumprir as horas do traballo», dice-, pero ahora, que tiene tiempo libre de sobra, se lo toma con calma y no lleva cuenta de lo que elabora. Simplemente, lo hace.

Salto, en pleno corazón de la comarca de Soneira, es tierra fértil para el mimbre. «Danse ben arredor dos ríos, e aquí, como é terra húmida, temos de sobra», asevera Manuel. Lo recoge únicamente una vez al año, y después lo almacena en casa, habitualmente en el garaje. «Só se colle unha vez no ano porque despois ponse malo», añade.

De hecho, el mejor momento para trabajar este material es justo después de recogerlo: «O vimbio, mentres está verde, é bo de traballar. Ao que seca e se pon duro despois xa se volve máis malo de virar», explica.

BASILIO BELLO

Tarea difícil, mucho más de lo que parece, y de ello dan cuenta sus manos curtidas, llenas de callos e imperfecciones después de años trabajando la madera en horario laboral, y el mimbre en sus horas extra. No le importa: «As mans xa están acostumadas, e é algo que me leva idea».

En invierno hace exhibiciones en vivo en el castillo de Vimianzo cada sábado, en compañía de otros artesanos. «A xente párase a mirar, chámalles a atención -es el único cestero que exhibe en el castillo-, pero poucos cestos se venden. Os que fago eu son de batalla, non de decoración, e agora non hai en que empregalos», asegura Manuel.

Dice sentirse fascinado por otras artes con las que convive en el castillo vimiancés -en verano va todos los días-, como el encaje: «Paréceme que é máis difícil o bolillo que a cestería».

Manuel Espasandín, casado, tiene seis hijas. Todas mujeres, y de ahí el apodo que le pusieron por la zona: «Manolo das Nenas». Buena compañía nunca le faltaría, aunque bromea: «Moito nunca pararon comigo, cada unha foi facendo a súa vida!».

Con veintidós años, ya compartiendo vida con su esposa e instruido en el arte de la cestería por su padre, estuvo desplazado en Almería durante trece meses para hacer el servicio militar. Fue la única etapa de su vida que pasó fuera de su tierra, y aguarda que sea la última. Seguirá moldeando mimbre hasta que una mala artrosis le frene o hasta que las fuerzas le fallen: «Mentres haxa idea...».