«La gente flipa cuando les digo que estoy estudiando jeroglífico»

lucía vidal REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Lucía Vidal / Álex López-Benito

En estas aulas no se aprenden los idiomas de siempre, sino lenguas como el arameo, el hebreo o el acadio

05 nov 2018 . Actualizado a las 09:37 h.

Las lenguas que aquí se hablan no aparecen en las estadísticas de las escuelas de idiomas, esas donde el chino y el árabe escalan puestos para hablar de tú a tú con el inglés o el alemán. Las palabras que estos días resuenan entre los muros de San Martín Pinario, en Santiago, no serían el salvoconducto para conseguir un puesto de CEO en una gran multinacional pero son, ni más ni menos que el origen de nuestra civilización. Sumerio, acadio, jeroglífico egipcio, pero también hebreo y arameo forman el peculiar menú de unos cursos que un profesor de Biblia, José Antonio Castro Lodeiro, decidió poner en marcha hace siete años. «Estamos en un momento de creciente interés por Oriente. Cuando los alumnos descubren este mundo, se sienten fascinados, porque es encontrarnos con nuestras propias raíces».

En el actual Irak, en las fértiles tierras bañadas por los ríos Tigris y Éufrates, nació la primera lengua de la humanidad que se escribió, el sumerio. «Todo comienza allí», sentencia José Antonio, con el brillo en los ojos de una persona en permanente búsqueda de conocimiento. Por raro que parezca, todavía quedan huellas en el lenguaje actual: «Edén es la primera palabra en sumerio que aparece en la Biblia. Significa estepa, un lugar para trabajar, el huerto donde Dios pone a Adán y Eva». Lo mismo ocurre con Egipto, la otra gran influencia en las páginas del Antiguo Testamento, y de cuya lengua perviven rasgos en el copto. En el Instituto Bíblico Oriental enseñan la gramática, la paleografía y la epigrafía de la escritura jeroglífica nacida en el valle del Nilo.

A la máquina del tiempo que nos transporta a esa época se ha subido Cristina: «Me parecía un reto aprender algo diferente». Asiste a su primera sesión entre cartuchos: la representación esquemática de una cuerda anudada que rodea el nombre del faraón, protegiéndolo para la eternidad, y elemento que de paso servía para delimitar, a la hora de la lectura, dónde empezaba y terminaba el nombre. No es ninguna friki. Catedrática de Psicología en la USC, está jubilada. «¿Que si me llamaron loca? Bueno, vivo sola así que... », responde sonriente. Xoán ocupa el pupitre de atrás. Estudia Teología y lleva cuatro años asistiendo a estas peculiares clases. Ya trabaja con textos literarios: «Es cuestión de paciencia, hay que ir poco a poco. Cuanto más tiempo le dedicas, más te gusta y más utilidad le ves». Carmen, retirada, trabajó toda su vida en la Administración. Se enteró de la existencia de estos cursos por Internet y se anotó. «Cuando lo vi me dije ‘¡Egipto, si esto es lo mío! Siempre me ha atrapado todo lo que tiene que ver con su cultura». Consciente de lo inusual de su hobby, admite que «la gente flipa cuando se entera». Además, le ha encontrado otra ventaja al jeroglífico: «Es como hacer crucigramas en casa. Ejercitas la mente y eso cuando ya tienes una edad viene muy bien».

Todos prestan atención a Eugenia, la profesora, que dibuja en la pizarra la palabra Ramsés. «¿Y cómo se dice cerveza?», pregunta ante un pequeño pero entregado auditorio. «Henekt», responden, en una pronunciación adaptada a nuestro alfabeto (en egipcio no se escribían vocales) y que recuerda a una conocida marca holandesa. Eugenia Muñoz Fernández es la encargada de transmitir su pasión por la egiptología a sus alumnos. Gestora cultural en Xunqueira de Espadanedo, en su tiempo libre da rienda suelta a su verdadera vocación: «Mi primera clase se llama La aventura del desciframiento. Trato de que mis alumnos se conviertan en Champolliones (Champollion descifró la escritura jeroglífica gracias al estudio de la famosa piedra de Rosetta)». Esta ourensana que cursó estudios en Lovaina y La Sorbona pisará el monte Sinaí por primera vez en diciembre: «Me voy a enfrentar con mi templo, mi diosa y mi desierto». Objeto de su tesis, prefiere no hacerse expectativas, aunque cree que será algo muy especial: «Me hace una gran ilusión».

Oriente y Occidente se dan la mano en este monumental rincón de Compostela, punto de encuentro de culturas. Quizás no quede la letra, pero sí el espíritu.