El príncipe y la costurera, una historia de amor real

r. r. garcía REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

LISE ASERUD | efe

El rey Harald de Noruega se casó en 1968 con Sonia Haraldsen tras un noviazgo secreto y la oposición familiar

19 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Alto, corpulento, rubio, de ojos azules... Y encima príncipe. Harald de Noruega era uno de los príncipes más cotizados por las casas reales de la época. Su destino estaba marcado desde el mismo día de su nacimiento, hace ahora 81 años: casarse con una princesa de sangre azul. Y Sofía de Grecia era una de las mejores candidatas. Ambos apenas superaban la veintena y parecían predestinados, con la bendición de por medio del padre de Harald, Olaf IV, y de la madre de Sofía, Federica de Grecia. Un baile, uno de tantos de los organizados por la realeza para que intimaran y se conocieran los distintos aspirantes al trono, fue su primer encuentro. Pronto la prensa rosa escandinava y luego la europea en general empezó a especular con un romance inexistente. Eran una pareja de cuento. «Yo sé que hubo muchos intereses para casarnos. Se provocaron encuentros, se hicieron cábalas...», reconoció años después la ahora reina emérita de España.

Nunca existió una relación real entre los dos. Y no la hubo porque entre ambos príncipes, jóvenes y apuestos, se cruzó una plebeya. O, mejor dicho, el corazón de Harald ya estaba ocupado por Sonia Haraldsen, una chica a la que conoció con quince años en un campamento de verano. Allí surgió un flechazo que aún pervive y que resistió a la oposición de la casa real noruega, encabezada por su padre.

Olav V, lleno de cólera, lo conminó a que abandonase a la joven y lo forzó a encontrar una pretendiente adecuada a su clase. Fue entonces cuando fue forzado a entrar de lleno en un carrusel de bailes y actos sociales destinados a encontrar una pareja digna de su rango. Pero nunca se olvidó de la dulce y sonriente Sonia, pese a que ella, consciente de la situación, no quería en un principio mantener una relación seria por temor a ser despechada. Harald insistió, se ganó a su amada y, también con el tiempo, venció la oposición de su progenitor. Tuvieron que pasar diez años de un noviazgo llevado en extremo secreto hasta que el rey accedió.

Sin embargo, no fue fácil. Primero el príncipe le confesó al monarca que no tenía intención de casarse con ninguna otra mujer que no fuera Sonia. Aún así, Olav V persistió en su intención de casar a su vástago con Sofía de Grecia. Entonces, Sonia Haraldson, que mientras tanto había continuado con sus estudios de diseño de moda y que llegó a trabajar de costurera, también jugó sus cartas. Amenazó a su novio con suicidarse si contraía nupcias con la griega.

Hasta ahí llegó la paciencia del heredero al trono. Desde entonces nunca se volvió a especular con la relación del príncipe con la que luego fue la esposa del rey Juan Carlos y padre del actual monarca de España, Felipe VI. Harto de esperar, en 1968, el año prodigioso de las revueltas estudiantiles del mayo francés, plantó cara a su padre: «O me caso con Sonia o renuncio a mis derechos dinásticos», dicen que le dijo, lo que provocó que aceptara su matrimonio con la plebeya, hija de un comerciante, y que el Gobierno también lo hiciera.

«Sabes lo que siento»

No hubo que esperar mucho: el 20 de agosto de 1968, próximo a cumplirse el medio siglo, contrajeron matrimonio en la catedral de Oslo. Durante el banquete nupcial, el ahora rey de Noruega se dirigió a su esposa y le aseguró: «Sabes mejor que nadie lo que siento, tanto ahora como en el pasado. Y mejor que nadie entiendes lo que este momento significa realmente».

Los dos sabían perfectamente las dificultades pasadas, por lo que cuando su hijo Haakon les anunció que quería casarse no solo con una plebeya, sino también con una mujer madre soltera de un niño que había tenido con un detenido por tráfico de heroína, tampoco se opusieron.