04 ene 2015 . Actualizado a las 10:39 h.

En la segunda entrega de la trilogía Regreso al futuro, tal y como ya se apuntaba al final de la primera entrega, los protagonistas viajan desde 1985 al año 2015. Desde el punto de vista tecnológico, al menos en su aplicación al mercado general, no se ha conseguido en el 2015, como se da a ver en el filme, que los coches y los monopatines vuelen, pero sí podemos ver a nuestro interlocutor en una conversación «telefónica» por Skype. Curiosamente, la profecía de la película es que «el jefe» controlará la conversación y despedirá al empleado digitalmente. Es decir, lo que se realiza de verdad, en ese futuro proyectado, es la generalización de la sociedad del control a través de las nuevas tecnologías de la comunicación. Una sociedad en la que la intimidad, y el derecho al secreto, ya no resultan posibles. Una posible metáfora de «Regreso al futuro» es que la vida, en el plano biográfico, está marcada por el destino. Pero ese destino es en realidad el nombre que le damos a la repetición en nuestras vidas. Por eso, el título de la trilogía es lo más logrado de la misma: regresamos al futuro. De ahí que los protagonistas siempre necesiten volver al pasado para posibilitar un futuro diferente, para hacer posible una segunda oportunidad. Esa segunda oportunidad exige enfrentarse a la experiencia de lo siniestro: representado en la película por el posible encuentro con el otro yo, con la imagen irrepresentable de nosotros mismos como otro. Al final, Doc piensa que lo más prudente es destruir su artilugio para viajar en el tiempo y pasar, dice, a dedicarse al estudio del otro gran misterio del universo: las mujeres. Esa sí es la mejor premonición del 2015. Caído el reino del padre, el futuro pasa por la feminización del mundo.

Manuel Fernández Blanco es psicoanalista y psicólogo clínico