En el convento solo quedan tres religiosas que dedicaron 49 años a trabajar en el servicio doméstico del cenobio y a cuidar a los frailes enfermos
10 may 2014 . Actualizado a las 14:15 h.La comunidad benedictina de religiosas de Samos cumple 50 años de presencia en el monasterio, de los que 49 los dedicaron a prestar servicios domésticos a los frailes de su misma orden. Preparaban la comida, lavaban la ropa y cuidaban a sus enfermos. Lo hicieron siempre de forma desinteresada. La superiora, la madre Asunción (86 años), sor Benedicta (85) y sor Paquita (57), que son las tres monjas que quedan en una comunidad en la que llegaron a estar 20, celebraron el aniversario con una misa.
Los vecinos de Samos llenaron la iglesia en agradecimiento por la labor desempeñada por las religiosas fuera de los muros de la abadía. Las pocas horas libres que les dejaba su trabajo las dedicaban a visitar a los enfermos de la zona, a rezar el rosario en los velatorios, y, en ocasiones, a amortajar difuntos. Esta tarea la desempeñaron hasta que se popularizaron los tanatorios, según recuerdan las religiosas.
La comunidad la fundó la madre Hildegarda, que acudió a Samos el 26 de enero del año 1964, junto con otras cinco monjas. Entre ellas estaban la actual superiora, la madre Asunción, y sor Benedicta, que procedían del convento de la misma orden en León. Acudieron a la llamada del abad Mauro Gómez, cuyo retrato preside una de las salas de la zona del convento en la que viven las religiosas, que se corresponde con la antigua botica. Se sabe perfectamente cuáles son sus dependencias porque, aparte de plantas en los alféizares, las suyas son las únicas ventanas del monasterio que siguen siendo de madera y tienen algunos cristales rotos.
Comida para 125 personas
El padre Mauro les propuso, según recuerda la madre Asunción, instalarse en Samos para echarles una mano en las tareas domésticas y para dar clases en el colegio. La labor docente no llegaron a desempeñarlas nunca porque, según las propias religiosas, no les quedaba tiempo. Se levantaban a las seis y media de la mañana para acudir, a las siete, a maitines. A las ocho tenían la misa y a partir de las nueve y cuarto, con los desayunos, comenzaban una actividad frenética hasta las diez de la noche, cuando se retiraban a sus celdas. Llegaron a servir a 125 comensales en los tiempos de más actividad, entre ellos 41 colegiales.
Mientras unas monjas se dedicaban a preparar la comida y a hacer la limpieza, las otras lavaban y planchaban la ropa y se encargaban de otras tareas del monasterio, incluido el cuidado de los enfermos.
Pavos en los torreones
Las religiosas recuerdan que criaban pavos en los torreones del convento y hacían dulces, que no podían vender porque carecían de registro sanitario. De sus cocinas salían galletas de nata, mantecados con la receta de sor Valentina, sequillos y roscas de yema de Castilla, que consumían y que regalaban.
Invitaron a algunos de estos dulces en el 50 aniversario. Hace más que ya no trabajan en el monasterio y que viven retiradas en sus dependencias.
El actual prior decidió, de un día para otro, contratar seglares para sustituirlas y los frailes ahora tienen que ponerse el delantal para tareas domésticas de las que antes estaban exentos.