La era Rouco Varela se extingue

Colpisa

SOCIEDAD

BENITO ORDÓÑEZ

El cardenal abandona su puesto tras haber dirigido con mano de hierro la jerarquía católica durante 12 años

09 mar 2014 . Actualizado a las 21:03 h.

La era Rouco Varela toca a su fin. Después de haberlo encarnado el poder eclesial durante dos décadas, el presidente de la Conferencia Episcopal abandona su cargo al frente de la jerarquía eclesiástica. Ha cumplido los 77 años, dos más de los preceptivos para jubilarse. Le sucederá un hombre que habrá de trasladar a España el magisterio del papa Francisco.

La asamblea plenaria del episcopado elegirá el miércoles al sucesor de Antonio María Rouco, quien ha permanecido doce años -cuatro trienios, aunque no consecutivos- al frente de la jefatura de la Iglesia católica española. El cardenal gallego, que se ha mostrado un fiel colaborador de los pontífices Juan Pablo II y Benedicto XVI, se va sin dejar las cosas atadas. Rouco no dará la batalla por imponer un delfín. Entre los prelados cuyos nombres se citan para tomar el relevo de uno de los eclesiásticos más poderosos en la historia de España figuran el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez; el titular de Valencia, Carlos Osoro, y el arzobispo castrense, Juan del Río. No obstante, puede haber sorpresas. Libres de las obediencias a Rouco, los obispos tendrán más libertad que en otras ocasiones para votar.

El nombre de Ricardo Blázquez suena mucho en los mentideros eclesiásticos. A su favor juega su probada capacidad de diálogo y el saber manejarse en situaciones complicadas, como lo hizo poner orden en la rama laica de los Legionarios de Cristo. Por añadidura, su elección sería una suerte de desagravio. Sus compañeros no llegaron a concederle en el 2008 un segundo mandato como presidente y optaron por el regreso de Rouco Varela. Ahora pueden desairarle, sobre todo sabiendo que es un clérigo que goza de las simpatías de Jorge Mario Bergoglio. El todavía arzobispo de Madrid, que ha luchado encarnizadamente contra el secularismo de la sociedad española, ha gobernado los asuntos eclesiásticos con mano de hierro. Rouco ha tratado durante su largo mandato de preservar la tradición. Su nombre es sinónimo de ortodoxia y rigidez doctrinal, lo que le ha llevado a perseguir a los teólogos díscolos y tratar de meter en cintura a las órdenes religiosas.

Ariete contra el laboratorio laicista que a su juicio se estaba fraguando en España, ha cargado contra el matrimonio homosexual, el aborto, el divorcio exprés, la asignatura de Educación para la Ciudadanía y el olvido de Dios. Rouco Varela contempla con desasosiego cómo un país que fue luz de Trento y martillo de herejes se paganiza. Pese a que el 72% de los españoles se declara católico, solo un 13% va a misa los domingos y festivos. Todo ello ocurre mientras los seminarios y conventos se vacían.

El papa Francisco ha impuesto un nuevo estilo. Salvo unos pocos dogmas, todo lo demás puede estar sujeto a revisión. No es que la Iglesia de repente aplauda el aborto o el matrimonio homosexual, ni mucho menos, pero quiere ofrecer un rostro más amable, huir del anatema y el rictus hosco. Aunque en la Iglesia católica no cabe esperar giros copernicanos, el tiempo de Rouco ha pasado. Esta semana se completará el cambio que los obispos españoles acometieron al elegir en noviembre a José María Gil Tamayo secretario general de la Conferencia Episcopal. Ahora, además de nombrar al sucesor de Rouco, los obispos tendrán que designar a un vicepresidente y a los responsables de las 14 comisiones episcopales, de las tres subcomisiones y de las juntas de asuntos jurídicos, además de los miembros del consejo económico. El Papa argentino quiere pastores, clérigos con dotes para que vuelvan al redil los desafectos. La admonición no ha dado el resultado apetecido.

El mayor problema para los deseosos de renovación es que la Conferencia Episcopal está moldeada a imagen y semejanza de Rouco. Lo mismo ocurre con los sacerdotes más jóvenes, formados en una teología refractaria a las novedades. En sus 12 años dominando las riendas de la jerarquía eclesiástica, el purpurado español ha entendido que la unidad de España y el bien común eran la misma cosa. Ha abogado por una creciente presencia de la Iglesia en la vida pública, para lo cual no ha dudado en alentar la movilización social si entendía que leyes eran hostiles a los planes divinos.

Pese a su empeño para que la opinión de la Iglesia fuera escuchada por los poderes públicos, Rouco se va sin haber sido recibido por Mariano Rajoy. El arzobispo pretendió que los democristianos del PP, con Eugenio Nasarre como cabeza visible, se constituyeran en corriente organizada, algo que frustraron los dirigentes populares en el Congreso de Valencia de. 2008. Tampoco olvida Rajoy los tiempos en que se despertaba con los insultos de Federico Jiménez Losantos. El cardenal le mantuvo en el cargo hasta que pudo. Cuando arreció la presión de Roma y tocaba llevarse bien con Rodríguez Zapatero para que la JMJ fuese un éxito, sacrificó al periodista.