La leyenda del furancheo ecuestre

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La ruta tiene una recompensa final en O?Lourancho, vino fresco que no conoce correcciones y merienda a bordo del carruaje.
La ruta tiene una recompensa final en O?Lourancho, vino fresco que no conoce correcciones y merienda a bordo del carruaje. mónica irago< / span>

Una ruta de vinos en coche de caballos soluciona uno de los grandes entuertos de hoy

23 jul 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

En realidad, las viejas tabernas de aldea están llenas de historias parecidas. «Había aquí un tratante de gando que ía borracho todos os días -encomiable la entrega del hombre a su afición al vino, según el informante no libraba ni los lunes- pero sempre dacabalo; cando a besta pasaba por diante do camposanto, como sabía que lle tiña medo, ía a galope; logo, agardaba á porta da casa a que o tipo espertase e descabalgase».

Amigos así -el équido en cuestión, claro, a ver quién es el guapo que le paga las rondas al sediento tratante- querría cualquiera. El caso, en fin, es que nada ha vuelto a ser lo mismo desde que Stevie Wonder menease las guedellas en aquel anuncio inmortal de Tráfico. Beber y conducir, ya se sabe, nefasta combinación de alto riesgo. Y en esto reside la genial sencillez de la idea que acaba de poner en marcha el Club Hípico de Baión desde Vilanova de Arousa: ¿por qué renunciar a una sana ruta de furanchos, a orillas del río Umia, si es posible cubrirla a bordo de un coche de caballos, con un avezado especialista en doma a las riendas, que no bebe ni gota, el tío?

Puede hacerse, pero no conviene embarcarse en esta pequeña aventura antes de las ocho de la tarde. Entonces el sol comienza a ceder y la brisa mece los bidueiros. Dos pasajeros se encaraman a la parte posterior de la calesa. Un tercero toma asiento junto a Manu, el cochero. Bajo la guía de Xacobe Pérez Paz, socio de la hípica arousana, infatigable paladín del cabalo de pura raza galega, voz de hazañas y mímesis radiofónicas, la comitiva recorre poco a poco el antiguo Camiño Francés. Nada que ver con el fenómeno xacobeo. Se trata de una vieja senda franca que unía Caldas de Reis con San Tomé do Mar, en Cambados, y en tiempos transitaban personas y mercancías sin pagar impuesto alguno.

La gran planicie de Baión, surcada por un Umia que presiente ya su inminente desembocadura, se ofrece a la vista como un océano de viñas verdes que, en apenas un par de meses, se oxidará en ocres y dorados otoñales. Quienes atesoren cierta práctica -y algo de callo en partes especialmente sensibles de la anatomía- en esto de cabalgar, pueden prescindir del carruaje y montar directamente un buen caballo del país a la sombra de un bosque de ribeira antiguo y siempre sorprendente, habitado por patos y garzas.

Con el pensamiento a la altura de las viñas, uno mira alrededor y se acuerda de que en aquella cumbre que domina el paisaje, la del monte Lobeira, reinó la señora Lupa en su castro. Salvando el tiempo y la distancia, también Laureano Oubiña hizo de las suyas en un pazo que emerge entre emparrados huyendo del lado oscuro de la fuerza. Albariño y Curruncho, nobles cabalos galegos, remontan un ligero repecho al soniquete de los cascabeles que blindan su atención frente a distracciones y ruidos.

Una última curva y se anuncia la recompensa final: O?Lourancho, nin loureiro nin furancho. Aquí, tonterías las justas. Esto es algo serio. Maribel y Geny preparan una mesa a la sombra. Toni, don Manuel, Fátima y José Ramón se toman un respiro. Vino fresco, en taza generosa, del que tiñe los labios y no conoce correcciones. Una tortilla cuajada con huevos que son huevos, y no pálidos remedos de hipermercado. Conversaciones que suben y bajan. Y una duda de licor-café: «Oes, un cabalo non será un vehículo, ¿non?».

serxio gonzález