Route 66

BLANCA RIESTRA

SOCIEDAD

28 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

MIENTRAS EN España son las cuatro de la mañana, aquí son las ocho de una noche gélida y oscura. Y es que las noches a este lado del océano, por alguna razón, son más cerradas. Regresamos de Las Vegas en un Chevrolet de color rojo, alquilado a un car dealer que se llama Charlie. Albuquerque, así visto, desde fuera, se abre como una fiesta de luces y banderas que anuncian tacos Ortega, fritos pies, antojitos mexicanos o comida corrida. Rédouane conduce. Estamos exhaustos, llevamos cuatro días al volante. Hemos atravesado Arizona -qué belleza- y parte de Nevada. En el hotel Bellaccio de Las Vegas aún persistía el estruendo alcohólico del Rat Pack, pero Elvis y Priscilla ya no estaban. Así deben de ser los paisajes vacíos de los sueños, como las tierras desoladas de los navajos, de los apaches, de los indios hopi. Viajar por América, así, por la Route 66, como los hippies , es como colarse en una película ya vista. Las gasolineras menudean y los diners sirven hamburguesas de la casa. En Flagstaff, ciudad recorrida por incesantes trenes nocturnos, al pie del Gran Cañón, en una habitación del Hotel MonteVista donde durmió alguna vez Barbara Stanwyck, tuve la impresión de que la tierra abierta por mil sitios nos llamaba. De Las Vegas (un cruce entre Mónaco, el Vaticano y las fallas valencianas), me llevo la imagen de una viejecita en zapatillas jugando al tragaperras, en el hall del hotel Flamingo. Y una camiseta de CSI que no compré.