11 abr 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

MIENTRAS la raza humana se mata sin piedad, con bombas que caen desde avión o con bombas ocultas en mochilas, los pobres animalitos tienen cada vez más protectores. El Ayuntamiento de Barcelona acaba de declarar solemnemente que aquella es una ciudad antitaurina. Grupos animalistas como ANPBA vienen denunciando la crueldad de fiestas ancestrales como la extinta Corrida do galo de Fornelos de Montes, prohibida a instancias de esa asociación. Otras fuerzas proteccionistas no aprecian tanto la presión dialéctica o el recurso a los tribunales y prefieren la acción directa. No se sabe aún si hay que achacar a uno de estos grupos el ataque que ha sufrido una granja de visones de Carral, en la provincia de A Coruña, y que acabó con la suelta de 6.500 de estos bichos. Pero así actúa, por ejemplo, el Frente de Liberación Animal, fundado, como no, en Gran Bretaña a mediados de los 70 y que diez años después contaba con 2.000 activistas en ese país donde algún gato ha heredado fortunas y funcionan las casas de citas para perros. El FLA tiene hoy militantes en toda la Europa desarrollada y en Norteamérica. A estos activistas no se les ocurre, por ejemplo, asaltar la cárcel de Monterroso y soltar a todos los presos, que también deben sufrir un poco. Pero a los humanos no se les reconoce la nobleza de espíritu que sí parece propia del resto del reino animal. Es el extremo del ecologismo. Bueno, no, el extremo es el Movimiento para la Extinción Voluntaria de la Humanidad, que propone dejar de tener niños para que la Tierra quede en paz. Aunque tal como van las cosas por Irak, igual no llegan a tiempo.