21 dic 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

EN OTOÑO caen las hojas; en Navidad, caen los mitos. Todos los años, miles de niños se encuentran cara a cara con los Reyes Magos. Este año, miles de televidentes lloran con las caídas de Parada, el del Cine de barrio (no confundir con Parada de los monstruos , de Tod Browning), y del doctor Rosado, aquel divulgador médico que dejaba calvos a los usuarios de su crecepelo e hirsutos como hombre lobo a los compradores de sus depilatorios. Lo de los Reyes Magos ya está bien analizado; lo de Parada aún va a dar varias vueltas; pero el doctor Rosado se queda con un insuficiente «nos veremos en los tribunales». Resulta que el hombre, aparentemente, tenía una fábrica de cocaína. Ya se sabe que la cocaína es bastante mala: deja al individuo sin la alegría propia que dan las dopaminas, genera paranoia, estropea la dentadura, quema la pituitaria y da lugar a hemorragias nasales, altera el ritmo cardíaco e induce impotencia o frigidez. Pues a pesar de todo, y sólo en el caso particular del doctor Rosado, habría que acudir al refrán de «más vale malo conocido...». Imagínense que, en lugar de seguir el recetario del cártel de Bogotá, le hubiera dado por inventarse una droga propia: al pobre adicto no es que se le fueran a estropear los conductos nasales; es que se le caería la nariz entera, la dentadura, el pelo y hasta las orejas. En el caso de Rosado, y sólo en su caso, su renuncia a la creatividad para dedicarse al destilado de cocaína debe entenderse como atenuante, como un paso hacia la reforma de este hombre que hizo el juramento de Hipócrates al revés y que transitaba alegremente por la vía que lleva a aliviar la masificación de la humanidad.