«Todas putas» ha lenvantado una polémica tópica para un texto de escasa calidad literaria y un sentido del humor a la altura de Andrés Pajares o Los Morancos.
26 may 2003 . Actualizado a las 07:00 h.Tiene razón la directora del Instituto de la Mujer y editora del libro Todas putas , de que no se lee antes de criticar. Se lee menos aún que antes de editar y, entre unos y otros, llega la polémica y por fin se habla de libros. Tiene razón porque el único problema de los relatos escritos por Hernán Migoya es que estén publicados en un libro. Si fueran un monólogo del Club de la Comedia o argumento injustificado para una película de Fernando Esteso no pasaría nada. Nadie lo tomaría en serio y todo el mundo llegaría a la conclusión de que hay gente con un sentido del humor que encaja bien con las barras de los bares a las tres de la madrugada de un sábado invernal. Pero alguien se decidió a convertir en libro este puñado de relatos con un humor a la altura de los Morancos, aunque políticamente más incorrecto. Ése alguien es la directora del Instituto de la Mujer y este detalle pone de manifiesto algunas de las intenciones que se mueven alrededor de las críticas que los olvidables textos del libro han levantado. Los detractores de Hernán Migoya no han leído mucho su libro y han centrado sus críticas en el primer relato que, en primera persona, cuenta con tono satírico y con requiebros de monólogo de Andrés Pajares, cómo un violador pide que su ocupación vocacional adquiera una mayor comprensión social. Por más que el humor sea chusquero, el tono satírico se reconoce bien en el texto y no deja mucho lugar para las disquisiciones morales. Es humor, humor del malo, pero el mismo humor que puede tener a Dinio encerrado en un hotel a cuenta de los anunciantes de una cadena de televisión. Para hacer una crítica «moral» de Todas putas habría que tomarse el libro en serio y su nivel no da para tanto. Que quienes lo critican no lo han leído queda claro en que focalizan sus invectivas contra el primer relato, pero en los sucesivos guarda otras dosis de un ingenio que, seguramente, pretendía que la Conferencia Episcopal lo hiciera famoso mandando el libro a la hoguera. No han sido los obispos, pero el favor al libro ha sido el mismo porque sin el cruce crítico de los no lectores Todas putas quedaría en el limbo eterno de los volúmenes ignorados.