Sauternes y chorizón en Ortigueira

La Voz

SOCIEDAD

30 jul 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

"¡Anda, Isabel, que te han puesto tu vino, no te puedes quejar, eh!". Isabel Campo no conocía el Sauternes, pero su hermano Antonio se lo presentó y desde entonces sólo le es fiel a este blanco francés. Era la única botella de la mesa. Enfrente, el presidente de la Xunta dejaba correr el tiempo hasta que el reloj marcase las once y los primeros acordes del Me va, me va, me va, se expandiesen por los montes de la hermosa ría de Ortigueira. Antonio Campo, el alcalde, invitaba a un cóctel en su casa de la parroquia de Cuiña, un magnífico mirador sobre la ría ajardinado por la gente de Orto (se nota a leguas), con un césped inmaculado por el que desfilaron poco más de cincuenta personas. Fraga, el conselleiro Pérez Varela, el editor Santiago Rey, el delegado del Gobierno Arsenio Fernández de Mesa, alcaldes, empresarios, diputados, y las protagonistas del día, las señoras, muchas señoras disimulando la excitación típica que sobreviene a las mujeres enamoradas de Julio Iglesias, una hora antes del concierto, del descoque total. Algo así como lo que le había ocurrido a las siete de la tarde a Isabel, la chica del Sauternes, farmacéutica, hermana del alcalde. Ella quería ver a Julio. Quería verlo, sólo saludarlo, pero no le dejaban los de seguridad. Reme, otra de sus hermanas, lo contaba muerta de risa a la hora del canapé. Los fortachones de Julio no les permitían el paso a las inmediaciones del escenario donde iba a empezar a ensayar, pero para algo Antonio Campo paga el único concierto gratis de toda la gira española (política del Concello, política de este alcalde, presume su familia). En Ortigueira todo es gratis, al parecer. Así que medió el alcalde e Isabel tocó la piel del ídolo. «Es que no te imaginas qué majo es, qué sencillo, fíjate que mientras ensayaba la gente y las señoras del pueblo le llamaban guapo y tal, y él se acercó, los saludó y les dijo: "A las once quiero veros a todas aquí". Es genial». Y es que una vez más, y ya van algunas, Julio resulta mucho mejor al natural, más alto, más guapo y más normal. Además, si no fuera por su fama de mujeriego, frívolo, vividor y todo lo demás, el pueblo de Ortigueira no lo habría pasado como lo pasó en las horas previas al concierto. Aunque la celebración de las fiestas patronales ya garantizaba la juerga. Pero Julio la agrandó. Porque oír se oyó de todo, que si iba a llegar en helicóptero, que si asistiría a una fiesta fabulosa en la Torre de los Campo, que si un vecino alquilaba un balcón para paparazzis , que si mucho Julio Iglesias, pero el puente de Balea sin ampliar (y es cierto, que es carretera nacional y no caben dos coches juntos), que si venía Miranda con los gemelos, que si el doctor Iglesias va a ser papá... Bomba se lo pasaron chismorreando sobre la nada. Veinticuatro horas antes, a la una de la madrugada del lunes, la situación en la minúscula recepción del hotel Orillamar de Espasante era de vodevil. Se había corrido el rumor de que las cinco coristas de Julio se alojaban en el hotel y por allí fueron apareciendo curiosos, vecinos y clientes. Es el hotel de los líos, decía un pamplonica que navegaba plácidamente en un mar de whisky. Él se hacía pasar por guardaespaldas del artista, dos matrimonios maduritos de Valladolid proponían ser público, una periodista decía ser su secretaria, un cámara de Santiago se conformaba con puesto de mánager. Algo surreal. No cabía un alma, no había sitio para todos, pero nadie se quería ir de la recepción. Hasta que aparecieron los chicos del vídeo, los cámaras del concierto. Entonces, el asunto Julio Iglesias perdió gracia y glamour. Llegaban en furgoneta desde Almería, donde se había celebrado el concierto la noche anterior. Bocadillo de chorizón y a dormir. Qué mal repartido está el mundo. Menos mal que uno de los técnicos exhaustos, el más salado, muy jovencito, confesó al subir: «A mí no me gustaba nada este tío, nada, pero ahora me encanta, os lo juro, es muy alegre, está muy bien». Aún estaba al comienzo de la gira y ya le había pagado la pena.