Miguel Sáez Carral, creador de «El jardinero»: «Mucha gente cree que las emociones son un obstáculo y las dejan aparcadas»

PLATA O PLOMO

Sharon López

El guionista dice que, además de un «thriller», esta es una historia de amor, de diferentes tipos de amor. En el centro, un asesino a sueldo (Álvaro Rico) incapaz de sentir emociones desde los cinco años se enamora de su presa. Hay algo que florecer incluso en los rincones más oscuros

11 abr 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El guionista Miguel Sáez Carral (Madrid, 1968) encaja al límite en la conversación, justo antes de despedirse, que «un cadáver es el mejor abono». Puro cliffhanger. Tablas tiene unas cuantas: Ni una más, La caza y —entre otras— Las largas sombras.

—Y ahora, «El jardinero». ¿Qué quería hacer aquí?

—Quería saber si podía contar una historia de amor que fuese diferente. Porque El jardinero es un thriller y, al mismo tiempo, es una historia de amor. Y no sigue el código del suspense ni, tampoco, el del romance. Eso es lo que hace que, a mi modo de ver, sea una serie original, que no cuenta las cosas como normalmente suelen contarse.

—¿De qué manera avanza por un camino distinto?

—Sin personajes estereotipados, sin clichés. Que sean especiales y, al mismo tiempo, humanos. Y creo que los seis, porque solo hay seis personajes, se dejan llevar por emociones muy humanas, incluso el tipo que no las tiene.

—Elmer, el protagonista, deja de sentir tras sufrir un accidente, de niño. Eso lo convierte en el mejor asesino posible.

—Mucha gente decide que las emociones son un obstáculo para conseguir sus objetivos y las dejan aparcadas. Y hay quien prefiere arriesgarse, amar, sentir. Esa es la encrucijada a la que se enfrenta el personaje, que vuelve a sentir cuando se enamora de la persona a la que tiene que matar. A él algo bueno, como es volver a sentir, le crea un problema muy gordo.

—Pero no sentir también tiene ventajas. Ahorra sufrimiento.

—Eso es lo que le dice su madre. Que el amor no tiene solo una cara, que puede traer desamor y el desamor, sufrimiento. A veces sería mejor no tener emociones, pero sin ellas estaríamos incompletos, como lo está Elmer.

—Uno de esos seis personajes es la gallega María Vázquez, que aquí se pone en la piel de una inspectora. ¿Qué le dan ella y Francis Lorenzo, los dos policías, a esta historia? 

—Como es un thriller, hay una parte que es un pequeñísimo relato policial, la investigación de esas desapariciones que se producen en la provincia de Pontevedra. Pero, además, me gustó mucho meter a estos dos personajes, Torres y Carrera, en un departamento que no tiene mucho sentido, que es el de desaparecidos —si aparecen vivos, ya no hay caso; si aparecen muertos, es de homicidios—, porque ellos también necesitan darle un sentido a su vida. Y es al descubrir casi por casualidad que hay un asesino profesional viviendo muy cerca de ellos cuando su vida cobra ese sentido. En el camino descubren que tienen aptitudes para ser policías y que no están muertos, que aún pueden vivir. Su trama es, en realidad, un reflejo de la de Elmer y Violeta; ellos también habían aparcado sus emociones y, de repente, vuelven a arriesgarse a querer.

—¿Escribió esta serie pensando en Pontevedra?

—Cuando la escribí, no la localicé en ningún lugar concreto, pero tenía claro que debía ser una ciudad del norte, de provincias, no muy grande, y cuando mi amigo José Manuel Lorenzo, productor, leyó el guion me dijo: «Es Pontevedra». En mi subconsciente, había descrito Pontevedra. Y, entonces, me fui una semana con él hasta allí, a ver cosas, y me di cuenta de que ahí era. Es una ciudad preciosa: la piedra, la lluvia, el río, los puentes... Y me dije, esto sucederá en Pontevedra, sin lugar a dudas. Me gustó mucho también esa idea de que es una ciudad en la que nunca sucede nada... hasta que sucede. Yo tenía muy claro que no quería hacer un thriller nórdico, una cosa oscura, fría, azul, gris. Y Pontevedra me permitió hacer una serie en el norte súper luminosa. Nos llovió todos los días y, aún así, es una serie preciosa, porque cuando sale un rayo de sol, aquel es un mundo maravilloso. Y me parecía que el mundo de un jardinero tenía que estar situado en un sitio en el que lloviese mucho, pero también hiciese mucho sol.