Médicos sí

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

05 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El médico siempre fue una persona respetada. Ya no digamos en Santiago, con su facultad de Medicina y sus doctos profesores en algunos casos hasta reverenciados. Medicina de entonces para ricos, y tanta es la desmemoria que se ha olvidado que la izquierda, más allá del entonces muy poderoso y presente en la universidad compostelana Partido Comunista, pedía que hubiese hospitales no solo en las grandes ciudades, sino que se creasen dispensarios y médicos en las más pequeñas. Pero nadie soñaba con que se fuera a abrir un centro de salud en Sigüeiro o Arzúa.

Y los hay. Llegaron miles de médicos hasta los más recónditos lugares, y al mismo tiempo su prestigio fue deteriorándose. El médico pasó a ser alguien normal y corriente, con el agravante de que la gente comenzó a tener conciencia de que cobraban de sus impuestos, y empezaron los gestos poco educados. Y aquellos polvos trajeron estos lodos: avisos en las instalaciones de que no se tolerarán no ya agresiones (¡faltaría más!) sino los malos tratos. Insólito, y nuestros padres no darían crédito.

Pasaba todo eso por la cabeza del firmante mientras, con las pupilas dilatadas, recordaba la gran humanidad y buen humor de la optometrista Antía, auténtica inyección de optimismo. A ella le seguiría más de lo mismo con la doctora Porrúa, amén de la profesionalidad que se supone —y se supone bien— a quienes como ellas llevan una bata blanca.

Y con eso en las neuronas, saliendo al exterior, seguía martilleando la idea de cómo algún badulaque y/o bucéfalo

ababiecado puede tratar a patadas verbales (y a veces, de las otras) a un médico. Porque para leer estas líneas hay que estar vivo, y si está vivo es gracias a muchos médicos.