Nadie le ofreció una primera oportunidad y Alba decidió abrirse sola camino como tatuadora en Santiago

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Alba Rodríguez dirige estudio Livink Tattoo, en cuyo diseño de interiores puso mucho mimo. Ella misma diseñó y dibujó un mural que decora una de las paredes y mantiene una pieza muy especial que trajo del anterior local, una cabeza de flamenco en torno a la cual gira todo el ornato. La tatuadora de 27 años solo trabaja con cita previa y en el 2024 incluirá el servicio de eliminación con láser.
Alba Rodríguez dirige estudio Livink Tattoo, en cuyo diseño de interiores puso mucho mimo. Ella misma diseñó y dibujó un mural que decora una de las paredes y mantiene una pieza muy especial que trajo del anterior local, una cabeza de flamenco en torno a la cual gira todo el ornato. La tatuadora de 27 años solo trabaja con cita previa y en el 2024 incluirá el servicio de eliminación con láser. Sandra Alonso

Esta compostelana especializada en línea fina y microtatuaje dirige desde el 2019 el estudio Livink, emplazado actualmente en Galeras

17 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Empezó a dibujar desde que era muy pequeña y siempre tuvo claro que quería hacer de mayor algo relacionado con el arte. Alba Rodríguez Martínez explica que tocó muchos palos hasta que descubrió su verdadera pasión, tatuar. Cuenta que no encontró muchas manos tendidas para hacerlo en el mercado laboral, más bien ninguna, por lo que se lio la manta a la cabeza y abrió por su cuenta su propio estudio de tatuajes en su ciudad.

La compostelana de 27 años estudió el bachillerato artístico en el IES de Sar e hizo dos años de diseño de interiores en la EASD Pablo Picasso de A Coruña. «Lo dejé por un problema de salud que me tuvo un tiempo ingresada», recuerda, y se formó luego en Fotografía en la EASD Mestre Mateo de Santiago. Fue en su etapa en la ciudad herculina cuando cogió por primera vez una máquina de tatuaje: «Mi tío, que dibuja, me regaló un curso de iniciación y empecé a practicar yo sola en mi casa en piel sintética». Se estrenó inyectando tinta en un cuerpo latiente con ella misma, revela, y solo tenía entonces un tatuaje previo que se había hecho junto con su madre: «El primero me lo hice a mí en la pierna. Me tatué una frase en inglés del cuento de Alicia en el país de las maravillas, que dice algo así como: "No estoy loca, mi realidad es distinta a la tuya"».

Y muchos pensarían, posiblemente, que Alba estaba un poco loca cuando decidió en el 2019 abrir su estudio sin haberse rodado antes en otros. «Intenté buscar uno que me contratase como aprendiz, pero no encontré nada. Estuve un año buscando trabajo por Santiago y no me daban empleo en ningún lado, ni como tatuadora ni en otra cosa», dice. Por eso, cuando un buen día se cruzó en el casco histórico con un local de la rúa Xelmírez con un alquiler «súper barato», no lo dudó y se lanzó. «La inversión era muy pequeña y me dejó un poco de dinero mi abuela. El local lo reformamos mi padre y yo, Toño, que trabajó como constructor», comenta.

En Livink Tattoo ella se fue haciendo un nombre de la nada y en el 2022 se trasladó a un bajo más grande en Galeras, para seguir creciendo como tatuadora. Especializada en línea fina y microtatuajes, trabaja sobre todo con un público joven y femenino, al que gusta mucho este estilo, además de tatuar frecuentemente a turistas. Su madre también se ha convertido en clienta habitual, confiesa entre risas: «Está muy viciada a los tattoos y me pide cita seguido. Antes solo tenía el que nos habíamos hecho juntas y ahora lleva ya cerca de una decena».

A comienzos del próximo año incorporará a sus servicios la eliminación de tatuajes con láser e indica que ella no suele tatuar el nombre de las parejas y sí el de hijos, hermanos, madres... Aunque ella es discreta y no suele preguntar a sus clientes por el significado de los tatuajes, salvo que decidan contárselo, entre las historias que más la conmovieron recuerda el de «una chica que vino después de que falleciese su mejor amiga. Aquello me impresionó».

Dice Alba que lo que más le costó como emprendedora fue aprender a llevar sola toda la burocracia que conlleva un negocio propio: «Odio hacer facturas y todo lo que tiene que ver con los números en general, pero fui poco a poco y ahora lo llevo todo bastante bien». Esta nieta de un cristalero santiagués, Rafael, cuenta que de haber heredado de alguien de su familia la vena artística sería de él, porque también dibujaba, así como su hijo (el padrino de Alba) de adolescente.