El principio del fin

Ignacio Carballo González
Ignacio Carballo LA SEMANA POR DELANTE

SANTIAGO

16 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El principio del fin del gobierno de la Compostela Aberta del 2015 fue la negativa del entonces alcalde recién llegado, Martiño Noriega, a representar al Concello en la ofrenda al Apóstol en la Catedral. Recordarán que aquel fue un episodio que se vivió con mucha pasión crítica en la ciudad, seguramente por lo novedoso de una práctica política sustentada en el principio de laicidad llevado al extremo, ya que nunca antes en la actual etapa democrática un alcalde había dado ese paso, independientemente de su adscripción política. Por eso, la nada sorprendente decisión del actual bipartito BNG-CA de seguir el mismo camino estaría llamada, tras la inevitable polémica y el cruce de argumentarios partidarios cargados de artillería más o menos gruesa, a quedar sepultada en los archivos, al menos hasta dentro de un año. No en vano, las dos partes principales de este culebrón de la primera mitad del verano, el Concello y el Arzobispado, se esfuerzan por mantener las formas a las que la institucionalidad obliga, sonreírse, intercambiarse regalitos y medallas, y por reiterar —el arzobispo— que lo entiende pero no lo comparte, y aquí paz y después gloria. Pero es que no es eso. La Ofrenda no es un acto de la Iglesia ni de la Corona, sino que ya es propio, distintivo, exclusivo de Santiago y forma parte de los valores que proyectan la ciudad a todo el mundo. Habrá muchos compostelanos que vivirán la invocación y demás parafernalia como una devota práctica confesional, y muchos otros con igual indiferente incredulidad que la acción salvadora de San Roque peregrino en las oleadas de peste del siglo XVI que merecen, aún hoy, el agradecimiento de la ciudad cada 16 de agosto (ahí tampoco estará el bipartito). Es por eso que la máxima representación de la ciudad no debería borrarse de la Ofrenda, no ya para invocar al Apóstol, sino para hacer acto de presencia en la Catedral. Y mucho menos elevar la apuesta inventándose precipitadamente un Alba de Compostela que no hace más que añadir confusión a una festividad ya sobrecargada de institucionalidad y que, si acaba naciendo, lo hará mal y bajo la sospecha de un interés partidario que no se da, precisamente, en la Ofrenda. Ni Noriega lo hizo, pese a que —él sí— fue el más votado por los compostelanos.