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Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

15 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

TEl gerente del restaurante Orixe ha dicho una obviedad tan obvia que lo asombroso es que haya que decirla, recordarla y batallar por ella: «Temos que comezar a implantar un sistema no que comamos antes, ceemos antes e os camareiros poidan ir antes para casa».

En este Estado con gran influencia latina (más en el resto de España que en el país gallego) los ciudadanos son a partes iguales caóticos y geniales, un desastre anarquizante que sufrimos los que conducimos todos los días, por ejemplo, pero que luego organizamos algo en dos días o asombramos al mundo con nuestros artistas o pensadores. Somos tan desastriños que seguimos, sin inmutarnos, con un horario franquista (impuesto por Franco para ir a la par que su adorada Alemania hitleriana) y no tenemos el de Gran Bretaña y Portugal, que es el que nos corresponde por situación geográfica en el planeta. Y somos el único país de Europa que divide la jornada laboral y come tarde (¡y mucho, en vez de algo suave!), consecuencia por cierto de la Guerra Civil de 1936 comenzada por el antedicho general. Y los recientes partidos del Celta y la final de la Copa del Rey comenzaron ¡a las 10 de la noche! Y aquí nadie protesta aunque al día siguiente haya que trabajar medio dormidos. Y cenamos a esa hora o más tarde en vez de a las 6 o 7 como en toda Europa y aquí eso parece lo más normal del mundo.

Necesitamos más voces como las del gerente del Orixe. Y cuando la hostelería llegue a un acuerdo básico no hará falta buscar camareros bajo las piedras. Porque ahora, en efecto, trabajan lo que trabajan (mucho) y tienen que esperar a que los clientes de una mesa decidan irse a casa. E igual el reloj marca las dos de la mañana. Inhumano.