El próximo viernes está fijado en el calendario como el Día Mundial de la Enfermería. Desde 1974 se celebra todos los años el 12 de mayo porque el de 1820 vino al mundo Florence Nightingale, la primera enfermera de la historia tal y como conocemos hoy esa profesión. Por cierto, una feminista auténtica y no de boquilla que defendió derechos de las mujeres en plena Inglaterra victoriana.
En ese baile de la confusión en que se ha convertido lo del día mundial —los hay de cualquier cosa— incluso es posible que la fecha pase desapercibida. Lo que no ha pasado desapercibido, ni pasa, en la comarca es el enorme trabajo de los ATS, la mayoría de los cuales son mujeres, por cierto. Un trabajo que queda muy oscurecido porque es el médico, con sus aciertos y humanos errores, el que tiene la palabra final, y aquello que nos ha dicho el o la ATS ha quedado en un segundo plano y oscurecido.
En España existe un agravante: todos nos saltamos al ATS porque queremos ver a un médico. Y queremos ver a un médico por una obviedad: lo hay y es accesible. De pocos médicos de la atención primaria se habla negativamente en la comarca compostelana.
Pero no, la cosa no es tan obvia como parece. No solo en algunas otras partes de España, sino sobre todo en países europeos desarrollados, es el ATS el que resuelve una gran parte de las consultas, y, si lo estima, da acceso al médico. Aunque en este país suene a anatema, una de las especialidades donde más sucede eso es en pediatría, ¡y aquí tenemos pediatras en los centros de salud!
Así que valgan estas líneas no para criticar el sistema, en absoluto en este caso, sino para agradecer el ímprobo trabajo de los ATS. Con o sin día mundial por medio.