Regreso de una pequeña estancia en otro país y me pongo al día. Lo primero que me comentan es que una diputada del Bloque ha dicho en el Hórreo que en el Gobierno gallego hay psicópatas. Esto sí que es una noticia, porque en el mundo no suelen ocupar altos cargos personas que padezcan tal problema -Hitler y Stalin han muerto hace tiempo-, así que debemos de ser los únicos. Conste que me asombra, porque por razones profesionales sé que en la Xunta algunas lo están haciendo rematadamente mal y otras lo están haciendo rematadamente bien, pero ni se me hubiera pasado por la imaginación que fuesen o pudiesen ser psicópatas. Como no conozco a esa diputada nacionalista, ignoro cuál es su estado mental o si solo se trata de que su educación básica se halla bajo mínimos. Salvo que sea la primera de las boutades porque hay elecciones a la vista, y el respeto mutuo es valor ausente en la actual política española. Me informan también de que el monólogo del viernes en el centro cultural de Sigüeiro fue un éxito, y vienen tres más. Lo bueno es que la recaudación va para colectivos como Asanog. Y sin salir de Sigüeiro, veo que están pintando los pasos de cebra, buena cosa. Pero se han olvidado -al menos al escribir estas líneas- del que hay frente al instituto, desvaído del todo. Leo con deleite que empieza a olvidarse esa trampa que es la cita previa, denunciada en este periódico varias veces porque no se trataba de que los funcionarios trabajasen ordenadamente, sino de humillar al ciudadano, que se veía obligado a decir en alto su nombre y, en ocasiones, a qué ha ido allí.
Este es un país de contrastes. Y siempre, en todas partes, la protesta como curioso elemento de convivencia.