20 feb 2022 . Actualizado a las 11:12 h.

Unos 150 pasajeros, quienes les esperaban en Ginebra o en los que fuesen sus destinos finales, y hasta quienes les dijeron adiós en Galicia, han sufrido este fin de semana las consecuencias de la alarmante desprotección que sufren los usuarios del transporte aéreo. ¿Cuánto valen veinticinco horas de la vida de una persona? ¿Cuánto un plan de fin de semana que ha saltado inesperadamente por los aires? Con un poco de suerte, quien tenga paciencia para coronar el cabreo con una dosis de insufrible burocracia percibirá una insultante indemnización de 400 euros. Es un caso de tantos que se producen un día sí y otro también en los aeropuertos españoles, con diferentes grados de gravedad. Ocurrió este viernes en Lavacolla con el vuelo de EasyJet a Ginebra, al demorarse más de veinticinco horas la salida tras chocar un vehículo auxiliar del aeropuerto contra el avión, pero sucede con los retrasos y desvíos cotidianos (por cierto, ayer mismo un Madrid-A Coruña de Iberia que tuvo que aterrizar en Santiago). Son imponderables con frecuencia no achacables a las empresas implicadas pero en los que estas deberían hacer lo posible por aplacar los perjuicios de sus clientes, que son los primeros damnificados, en vez de agrandarlos al darles un trato que podríamos calificar de inhumano. Porque ¿no es inhumano responder con un silencio de horas y más horas a la incertidumbre? ¿No lo es la invitación a presentar una reclamación cuando, lógicamente, estallan la impaciencia y la indignación... y a ver si le pueden compensar algo? Y esto sigue ocurriendo después de miles de casos cada año, sin que existan protocolos que realmente amparen los derechos de los usuarios y les aporten soluciones reales. Es inexplicable que con menos de tres horas por carretera entre Alvedro y el Sá Carneiro, dos de los cuatro aeropuertos internacionales y el de Oporto de primer rango, no se busquen alternativas para evitar que decenas de personas sean rehenes de tanta inoperancia, recluidas en un hotel. La peor versión del localismo político dinamitó la necesaria coordinación de los aeropuertos y, de paso, también la posibilidad de dar una mejor cobertura a los viajeros para evitar situaciones de abusivo desamparo.