Turismofobia

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña DE BUENA TINTA

SANTIAGO

12 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Partiendo de que cualquier término que acabe con el sufijo -fobia es negativo, no dejo de reconocer que algunos de los argumentos que defienden quienes en Santiago admiten padecer un ápice de turismofobia son válidos, sobre todo, ese que alerta sobre la pérdida de las esencias de la Compostela original. Pero, ahora, yo me pregunto, ¿cuales son las esencias originales de la ciudad? Me lo pregunto porque hace una semana, en plena desescalada, mi hijo volvió a la ciudad de A Coruña para retomar sus estudios, y nada más llegar, me llamó y me dijo: «Mamá, aquí si que volvió la normalidad, y no en Santiago, que sigue vacío». Y es verdad, mientras la aldea gallega nunca perdió su ritmo y las ciudades no tardaron en recuperarlo, Santiago sigue sumido en la pandemia sin estudiantes ni turistas. Hemos quedado, nada más, los que vivimos todo el año en Compostela, disfrutando del silencio de las rúas, de las sillas vacías en las terrazas y de una vida al margen del fenómeno xacobeo, sin que nada más salir de casa un peregrino o un turista (un foráneo, en definitiva) te pregunte por dónde se va a la catedral. Pero he mirado a mi entorno, a esas personas que, se supone, son de Santiago de toda la vida y conforman la esencia de la ciudad. Y en su árbol genealógico me he encontrado taberneros de Ourense, comerciantes de Negreira, agricultores del Ulla y marineros del Barbanza. Alguno habrá que proceda de los ferreiros, de los picheleiros o de los acibecheiros que forman parte del ADN de la ciudad, pero son los menos. En realidad, todos somos peregrinos que, sin saberlo, deambulamos a diario alrededor de la Catedral.