La puerta del K

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

04 oct 2019 . Actualizado a las 09:05 h.

Han transcurrido años, incluso décadas, y las puertas de algunos locales emblemáticos de la noche compostelana siguen igual que el día que cerraron. Están ahí, como si fueran los vestigios de un viejo y desmoronado imperio obsesionado con la posteridad y que se resiste a desaparecer. A mí me recuerdan a esos cadáveres que quedan congelados para siempre en la cima de la montaña. Han muerto en lo más alto, en la cumbre, y así transcurrían también las noches de aquellos años, en los que la gente escalaba a las barras y se sentía en el Everest, el techo del mundo. Aquellos lugares cerraron un día, casi sin darnos cuenta. Pero la puerta del Número K sigue ahí, misteriosamente embalsamada.

Todavía recuerdo aquellas madrugadas: la acera estaba oscura y hacía frío, pero al cruzar aquel umbral, todo se iluminaba de repente, igual que un cielo en el que nos parecía ver a ángeles tocando el arpa. Entrábamos de la mano e íbamos a la barra, pedíamos unas copas, y luego nos subíamos a aquellos andamios, y bailábamos en lo alto, con el mundo a nuestros pies. Yo subía y te agarraba por detrás y tú estirabas los brazos, feliz y desafiante, como si viajaras en la cubierta del Titanic. No supimos intuir que aquel barco, que creímos inexpugnable, también acabaría hundiéndose. De todo aquello solo queda hoy una puerta gris, llena de pintadas, irreconocible para muchos, y que parece una gigantesca lápida que nadie se atreve a profanar. Quizá porque allí descansan los recuerdos de muchos. Yo le dedico esta columna al K, y sobre todo a la oscuridad de tantas y tantas noches, que iluminó una parte de nuestras vidas.