13 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La piedra Rosetta conservada en el Museo Británico es una pieza clave que facilitó el desciframiento de multitud de jeroglíficos egipcios, lo que amplió con creces el conocimiento que tenemos hoy en día de tan grandiosa civilización. De la época de Alejandro Magno sabemos algunas cosas, pero sabríamos muchas más si no se hubiese destruido, a base de incendios y saqueos, el que debió de ser uno de los grandes templos del saber, la Biblioteca de Alejandría. Otros vestigios del pasado los hemos custodiado a lo largo de los siglos para mejor conocimiento de la historia, pero el riesgo de perderlos siempre está latente, como ocurrió hace unos años con la destrucción de varios monumentos históricos en Siria, Irak o Malí a manos de los islamistas radicales que se cebaron contra las piedras milenarias para demostrar así al mundo entero su pasión por la destrucción y su odio a cualquier tipo de entendimiento entre los pueblos. El Palacio de Verano, en China; Los Budas de Afganistán, la Ópera de Malta, la Gran Mezquita de Siria, el Museo de Arte Islámico o la Catedral de St. Michael, en Inglaterra, son otros ejemplos de cómo la guerra, las catástrofes naturales o la atrevida ignorancia destruyeron valiosos tesoros patrimoniales. De eso sabemos mucho en este extraño conglomerado de culturas que es España, que seguramente entenderíamos mejor de no ser por esa rara afición nuestra de aniquilar al que piensa diferente con métodos tan eficaces como la quema de libros en la Inquisición o la censura en la dictadura franquista. Quizás de no haberlo hecho sería más fácil comprender qué extraño desbarre mental lleva a confundir las piedras milenarias de una catedral con esos mensajes en las redes sociales en los que se vomita lo peor de nosotros mismos.