Tiempo

Xurxo Melchor
Xurxo Melchor ENTRE LÍNEAS

SANTIAGO

02 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi padre siempre tenía a Einstein en la boca. Crecí escuchando a cada paso que todo es relativo. Que todo depende. Y, para que nos vamos a engañar, mi padre se equivoca poco, pero el señor Einstein menos. Vamos, que uno tuvo razón en enunciar la teoría de la relatividad y el otro en recordármela cada vez que yo creía haber encontrado la verdad absoluta. El tiempo es una de esas cosas relativas. Pasa a velocidad de vértigo cuando uno está bien y es cadencioso hasta la desesperación cuando se te están arrugando los arrestos. A mí la vida me vuela. Se me pasan los meses a fulgores. No fue así siempre, pero es lo que ocurre cuando uno supera la barrera de los treinta y el efecto se acentúa cuando se irrumpe en la de los cuarenta. En cambio, el otro día no fui capaz de aguantar veinte minutos metido en una máquina de resonancias. Es cierto que son claustrofóbicas y estridentes, pero qué demonios, son solo veinte minutos. Duré cinco. O puede que menos. Tuve que apretar la perilla del pánico y suplicar a la enfermera que me sacara de allí. En calzones y colorado de agobio, solo era capaz de negar con la cabeza cuando ella me intentaba convencer de que volviera al artilugio y lo intentara de nuevo. No le hice caso. Hui como un cobarde. En los breves instantes que luché por ser un buen paciente me dije a mí mismo que veinte minutos no son nada, que podría soportarlo. Pero no fue así. El calor de mi propio aliento rebotaba en el techo de la máquina que tenía a centímetros de mi cara y me impulsaba a escapar. A veces la vida es así. Bochornosa, claustrofóbica, hiriente y molesta. Y en esos momentos el tiempo es lento, eterno. E impulsa a salir corriendo.