Como niños

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

01 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada vez que mis hijos hacen un regate, o un buen chut, vienen hacia mí con la firme certeza de que ante ellos se presenta una carrera prometedora como futbolistas. Por eso, movidos por una ilusión inquebrantable, suelen preguntarme: «¿Pero has visto eso?». Nada puede con esa felicidad efímera, que tarda poco en desvanecerse, como si fuera el humo de un cigarro que se pierde por el aire. Con sus ilusiones se van abriendo paso hacia un porvenir incierto, pero que ellos encaran con clarividencia. A veces les veo empujar el muro que les separa de la edad adulta con su dedo meñique, y hasta percibo que cae alguna piedra. Si nos viéramos a nosotros mismos del mismo modo en que los juzgamos a ellos, tal vez llegaríamos a la conclusión de que, en el fondo, no somos tan distintos. Quizá nos muevan también las pequeñas ilusiones, por absurdas que parezcan. Nuestros hijos no pueden hacer un regate y creerse Messi, pero nosotros sí podemos preparar un asado a los amigos en casa y decir tan tranquilos que, tal vez, algún día, podríamos abrir un restaurante. Nuestros hijos no pueden hacer un disparo y creerse Ronaldo, pero nosotros sí podemos escribir un párrafo y pensar que, seguramente, ahí haya un escritor en ciernes. He visto a padres que se creyeron escultores por levantar un castillo de arena en la playa, y hasta algunos que pensaron que podrían ser cirujanos por hacerle una cura en la rodilla a sus hijos en el parque. En el fondo, parece que no somos tan distintos. Pero sí hay una diferencia: ellos sueñan por algo que les ilusiona, y nosotros, muchas veces, para huir de algo que nos frustra.