Eterno botellón

Ignacio Carballo González
Ignacio Carballo LA SEMANA POR DELANTE

SANTIAGO

14 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cambian, evolucionan, se rediseñan las etiquetas del botellón, pero el problema sigue siendo el mismo. Un conflicto de convivencia difícil de encauzar porque es algo así como intentar ponerle puertas al mar. Pero hay que ponerlas, porque es inasumible. El disfrute de unos no puede ir en detrimento de la salud de muchos otros. Es lo que está ocurriendo ahora en las calles más céntricas y populosas del Ensanche. El botellón ya no es ese fenómeno de miles de jóvenes -y menores- arremolinados en el Campus Vida. Allí, donde apenas molestan, es cosa de unas pocas madrugadas del año. La última, la del Apóstol. Ahora, el botellón es nómada y se fragmenta para tomar posiciones a las puertas de los locales nocturnos de moda. Ya que no entramos, porque cada copa nos sale por un ojo de la cara, acampamos a la puerta, y a cantar, que si nos abrigamos se pasa tan bien como dentro. Si cuadra, entramos para una ronda. Y, claro, para quien intenta pegar ojo en varias decenas de metros a los lados y hacia arriba, eso no hay quien lo aguante. Las noches son un infierno que además de ojeras en los vecinos insomnes deja toneladas de botellas, vasos y suciedad de todas clases a lo largo y ancho de las calles del Ensanche. Alfredo Brañas, Pitelos, Curros Enríquez, República Arxentina... A las doce del mediodía del pasado viernes, la ciudad todavía daba asco pese al esfuerzo del personal de la concesionaria de la limpieza. Hay que tomar medidas, y no valen palabras tibias del tipo «somos los más interesados en que esto no ocurra» o «bueno, bueno, tampoco hay que exagerar», que podrían suscribir los hosteleros nocturnos y algún miembro del gobierno local.