Manuel Vilas: «Ver un arpa impresiona, tanto que en el aeropuerto me piden que toque algo»

Patricia Calveiro Iglesias
p. Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

XOAN A. SOLER

El instrumento le abrió las puertas al mundo, pero solo se siente en casa en Santiago

08 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Nombre. Manuel Vilas, santiagués de 52 años.

Profesión. Músico profesional e investigador.

Rincón elegido. El parque de Bonaval, porque «está al lado de mi casa y siempre me fascinaron los cementerios, por la tranquilidad y silencio que se respira. Me gusta el arte funerario, lo veo como algo casi antropológico».

Es raro, en los tiempos que corren, que un veinteañero se interese por la música antigua y se decida a tocar el arpa. Pero el caso de Manuel Vilas Rodríguez es incluso más singular, porque es uno de los pocos especialistas que hay en el mundo en el arpa barroca de dos órdenes, un singular instrumento con dos filas de cuerdas cruzadas que le ha abierto las puertas de medio mundo. Con él, se ha recorrido prácticamente toda Europa entre concierto y concierto, Estados Unidos, Cuba, Paraguay, Ecuador, Colombia (de donde acaba de llegar)... El compostelano ya ha perdido la cuenta de los países en los que ha actuado. La lista es demasiado larga y, sin embargo, confiesa que solo se siente en casa en cuando llega a Santiago.

Aunque de niño Manuel, el pequeño de cuatro hermanos soñaba con ser médico o director de cine, pronto empezó a interesarse por la música. «Tendría unos 9 años cuando pasé con mi madre al lado del conservatorio histórico, el único que había entonces, y yo fui quien le pidió estudiar música», recuerda. Dicho y hecho.

Aquel joven tímido del barrio de San Pedro, al que se le atragantaban las ciencias en su época escolar en La Salle, empezó en la Escola de Artes y Oficios Mestre Mateo a estudiar Fotografía (su otra gran pasión), aunque no acabó. Lo que sí sacó fue el título superior de solfeo. Su primer instrumento fue el piano. Empezó a dar clases particulares y le contrataron como profesor de música en el Seminario. También hizo sus pinitos como director de algún coro (entre ellos, el de Amas de Casa de Santiago y del de la tercera edad de los jesuitas). «Hasta que el arpa se cruzó en mi camino, casi sin querer», relata.

El descubrimiento

«Empecé siendo ya adulto, con 25 años», indica Vilas. Su idea era hacer musicología, pero no había entonces esos estudios en España. Un verano asistió a un curso en Zaragoza. «Allí descubrí el arpa de dos órdenes y cambió todo. El instrumento en sí es bellísimo, también me llamaba el repertorio y el margen que había para la improvisación», continúa. Su manejo le resultó más sencillo de lo que imaginaba, porque «este tipo de arpa es bastante parecida al piano, a pesar de lo que pueda parecer». El compostelano se volcó lleno. Cada 15 días viajaba a Madrid desde la capital gallega para aprender a tocarla, una formación que duró seis años.

Ahí empezó su carrera. Su primera actuación fue con el Coro de la Generalitat Valenciana. Reconoce que le tocó ser profeta fuera. «Al principio fui un incomprendido en Compostela», dice. Las primeras puertas se las abrieron en Italia. Consiguió una beca en Milán. Y con su carrera internacional ya despegada llegó el reconocimiento en su ciudad, donde formó parte del cartel Via Stellae los diez años que duró el festival.

En los últimas dos décadas el santiagués ha cosechado multitud de anécdotas. Este trotamundos cuenta que en un recital se le llegaron a romper tres cuerdas del arpa. «Es frecuente que falle una, pero siempre hay que seguir tocando», afirma.

Y los viajes suelen ser un periplo, «especialmente en tren, porque no hay donde meterla». Por eso Vilas lleva unos 25 años comprando un asiento extra para su instrumento. Tiene 12 arpas, reproducciones de originales de entre los siglos XII y XVIII hechas por encargo, y con la que más viaja vale unos 13.000 euros. En los aeropuertos, indica, no suele entrar en los escáneres. Casi siempre le toca sacarla de su funda para que la revisen. El instrumento, explica, «tiene ángel y llama mucho la atención». «Los policías suelen sorprenderse. Ver un arpa impresiona, tanto que a veces me piden que les toque algo». Él encantado, siempre que no pierda el avión. Es de los pocos que puede decir que ha hecho un ciclo de miniconcierto en aeródromos.