La llave

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez CON BISTURÍ

SANTIAGO

22 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El otro día me reía con el anuncio de una cadena noruega de supermercados que presume de ser la más barata del país. En él se muestra a un joven ejecutivo que vive en una casa de diseño completamente domotizada. Con su voz enciende la chimenea, se prepara un smoothie, modula la iluminación y abre y cierra puertas. Una mañana va al dentista y a la vuelta el sistema no reconoce su voz anestesiada. Mientras él llora empapado a las puertas de casa, rogándole al sistema operativo que le abra, la vecina, más humilde, entra tranquilamente en su hogar, con la bolsa de la compra del supermercado en cuestión, y utilizando la llave de toda la vida.

Un día, no sé cuando, la tecnología nos hará esa jugarreta. Y lloraremos a la puerta sin tener a quién gritar. Cada vez que llamo al Sergas y el contestador no me entiende, me ruega que repita una vez más «en galego, alto y claro», me siento como el joven ejecutivo, llorando a las puertas. Esta misma semana, ante el cajero de un párking, cuando la máquina no reconoció el billete, no aceptó tarjetas y no permitía pagar con más de diez euros me sentí de nuevo a las puertas, sin tener a quién gritar. Cuando en una autopista los coches se acumulan tras la barrera de un peaje y el primer conductor empieza a sudar porque no es capaz de encontrar la forma correcta de introducir el billete, sé que se siente igual, y tampoco tiene nadie a quién gritar.

Algún día, alguien protagonizará un titular propio de El mundo today porque la inteligencia artificial o la domótica no le permitirá salir de casa durante semanas. Ese día todos querremos una llave. O una ganzúa.