En la cola

Tamara Montero
Tamara Montero CUATRO VERDADES

SANTIAGO

31 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

S on estos tiempos interesantes. Tiempos en los que prevalece falta de tiempo, pero mientras apuramos el tiempo libre, nos pasamos buena parte de nuestro tiempo dejando resbalar un tiempo precioso entre los dedos. Allá donde hay una cola, regalamos tiempo. Pensando que valdrá la pena pagar con nuestro tiempo libre. Que lo que nos aguarda al final de la cola, allá, donde se divisa la luz, será tan impactante, tan sobrecogedor, tan transformador, tan único, que habrá valido la pena perder el tiempo.

Desperdiciamos tiempo. El mismo tiempo que nos consume mientras se va consumiendo en la cola del supermercado o en la de la gasolinera. El mismo tiempo que no soportamos perder en el día a día se nos escapa en las colas virtuales -colas virtuales, qué gran paradoja la de este siglo- para conseguir abonos para festivales con un cartel clónico en otras 25 ciudades. Como si fuese la última actuación del último grupo que merece la pena sobre la faz de la tierra. Deshaciéndonos de nuestro tiempo a la misma velocidad a la que actualizamos la página.

Regalamos un puñado de horas aguardando a entrar en un monumento durante quince minutos, o media hora. Tres horas de cola. Arrastrando los pies bajo una lluvia impertinente, intentando neutralizar con una gorra o un abanico el sol de justicia de las tres de la tarde cayendo a plomo sobre la piedra.

El tiempo. Esparcido sobre las losas. Como si sobrase. Como si fuese cualquier cosa. El tiempo. Que no es recuperable. Que camina siempre hacia adelante. Que jamás vuelve. El tiempo que tanta falta nos hace cuando nos damos cuenta de que nos falta.