La edad

Xurxo Melchor
Xurxo Melchor ENTRE LÍNEAS

SANTIAGO

13 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La edad no se mide en tiempo. No se puede contar en años. No se puede tocar. Ni oír. A la edad tan solo se la puede mirar. Y no siempre. Uno puede verse joven o viejo. Y como la mayor parte del tiempo tus ojos solo ven a los demás, todos tendemos a pensar que somos jóvenes. Milagrosamente jóvenes frente a la decadencia ajena. Casi eternos. Hasta que un día te levantas con algo más de tiempo, alargas satisfecho el café de la mañana, te desnudas para entrar a la ducha y descubres en el espejo del baño a un tipo que se te parece, pero al que apenas reconoces. Ese tipo tiene entradas abriéndose camino hacia la coronilla. Y muchas canas. Tiene arrugas alrededor de sus ojos y una tez menos bruñida. La curiosidad te acerca a esos ojos confundidos por una imagen que les atrapa. Quieres saber más. Te paras ante el reflejo de lo que aún crees ajeno en un instante en el que el tiempo, el dichoso tiempo, se detiene con toda la crueldad de la que es capaz la verdad. Eres tú. Antes eras otro, pero ese señor cansado de ojos tristes ahora eres tú. Esos segundos han pasado como eones para ti y te han traído de golpe la debacle de la realidad. No, no eres eterno. Ni siquiera eres ya joven. Eres mayor. No es el tiempo el que nos avieja. No son las arrugas ni las canas. No es la barriguita ni los dolores de espalda. Lo que acuchilla tu juventud como Bruto a César en la escalinata del Senado son los problemas, los golpes, las desilusiones, las preguntas sin respuesta. Es la desesperanza la que te cubre de vejeces. Y ante esta verdad solo cabe aceptar tu caducidad o bañarte en las cristalinas aguas de la ilusión. Fundirte en un abrazo con la esperanza y no volver a mirarte ante el espejo. Es mejor así.