Servicio público

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña EL MIRADOR

SANTIAGO

29 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El currante que se levanta a las seis de la mañana para ganarse un sueldo que, como mucho, le da para dar de comer a sus hijos y pagar la hipoteca, bastante tiene con pertenecer a esa nueva clase social, la del trabajador pobre, como para dejar de dormir preocupado por el conflicto catalán. El joven que no tiene empleo ni expectativas y pasa las horas del día enganchado al ordenador y algunas de la noche de copas con unos amigos que viven idéntica situación, no tiene entre sus principales inquietudes los juegos de tronos del Congreso ni las ecuaciones pertinentes para sacar adelante los presupuestos. El abuelo cuya pensión mínima se queda en el supermercado en el que compra la comida del mes para toda la familia no entiende lo del máster de Cifuentes ni sabe muy bien lo que es un máster. Pero todos ellos están llamados a las urnas cuando toca, y es lógico que entre el abanico de posibilidades que se le presentan, opten por aquellos partidos que creen que mejor defienden sus derechos. Los tres, y cientos de compostelanos más, pueden levantarse una mañana con un problema añadido al comprobar que de noche una pandilla de gamberros desconocidos les destrozaron los espejos retrovisores de sus coches, que durmieron al frío de la intemperie contra la que luchan cada día. Es de suponer que cuando introducen en la urna una papeleta lo hacen para elegir a unos servidores públicos que les aseguren unos sueldos decentes y unas pensiones dignas, que luchen contra la corrupción y el abuso de poder y que les garanticen, en la medida de lo posible, que pueden andar seguros por la calle. Otros, no representan a nadie.