Pepiño, ¡leches!

Xosé M. Cambeiro A CONTRALUZ

SANTIAGO

01 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando piso la plaza de Galicia a menudo revivo el ajetreo del Castromil y de los limpiabotas. Como Pepiño, que hubo de buscarse la vida como el pájaro al que le tiraron el nido. Era bajito, pulcro, repeinado y encorbatado. Los embates de la vida le hicieron flojear y empecé a verlo descorbatado y desaliñado. Y con los trebejos olvidados a menudo a su suerte. En vez de Cambeiro siempre me llamaba Montero. Nunca le saqué del error. Pedirme dinero pasó a ser una costumbre, y soltarle yo cinco duros, otra. El hecho es que cada vez que transitaba por la ciudad, escuchaba «¡Montero!». El grito pasó a ser una obsesión para este escribidor, que veía a Pepiño hasta en la sopa. Siempre alegaba que su madre estaba muy enferma. Un día me adentré por San Fiz en el pasillo de carne de la Praza y escuché en la otra punta «¡Montero!». Me volví maquinalmente y entré en el pasillo del pescado. Y escuché: «¡Montero!». Desanduve los pasos y me metí raudo en el bar Churrasquita, por cuyo ventanal vi desaparecer al limpiabotas. Un día me topé con Pepiño a punto de romper en llantina. Me confesó que su madre había muerto. Apenado, le solté 40 duros y le di una palmada de consuelo. Un par de días después escuché «¡Montero!» Me pidió como siempre dinero y adujo que su madre estaba enferma. Le miré con ojos de alacrán, lo notó y se escabulló como un lagarto. Al poco, bajando la Conga, sonó «¡Montero!» con voz extraña. Era Diego Bernal. Le pedí explicaciones con la mirada y dijo: «Non ten enfades. Chameiche Montero en homenaxe a Pepiño, que morreu hoxe». Afligido, miré instintivamente alrededor..