Maná

Emma Araújo A CONTRALUZ

SANTIAGO

03 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Tendemos a pensar que todo lo que nos cae del cielo es casi una lotería, como una suerte de maná que nos regala la vida. Una especie de café en el campo nos cayó en forma de lluvia hace apenas unas horas por Santiago, dándonos un mínimo respiro para sofocar la sed de la tierra y de paso alejar esa sensación de culpa que debería invadirnos a todos cuando nos pasamos de la raya al abrir el grifo.

La lluvia ha llegado porque le tocaba hace tiempo, pero es demasiado pronto para saber si, como ocurre con la historia de la cigarra y la hormiga, tendremos suficiente para sobrellevar los próximos meses con garantías. En esto del agua nos va muy al pelo esta fábula con la que de pequeños nos inculcaban la conveniencia del trabajo para conseguir un objetivo, la capacidad para predecir lo que por naturaleza necesitaremos y también el riesgo que supone apurar los plazos hasta el límite de lo razonable.

Las imágenes de la tierra cuarteada en Negreira y los pueblos antiguos que hasta hace nada permanecían escondidos bajo el atronador impacto de los embalses parece han llegado para quedarse por mucho que las lluvias comiencen a diluirlas de nuestra memoria.

La tranquilidad de que la lluvia volvió a ser arte semeja un espejismo, el argumento perfecto para la cabeza de avestruz de todas aquellas personas e instituciones que no quieren darse cuenta de que el agua no es el maná que nos cae del cielo simplemente porque es lo que toca cuando se acaba el verano. En caso contrario llegará ese instante en el que la cigarra se da cuenta de que la sed es más letal que el hambre.