Miren a los ojos de la gente

Serafín Lorenzo A PIE DE OBRA

SANTIAGO

09 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

De esto hace ya muchos años. Uno de tantos fiestones en la casa de Miles Davis en Manhattan se fue de madre y finalizó con el mito dormitando lo que quedaba de la madrugada en un inhóspito calabozo. El alboroto había alarmado al vecindario, que puso sobre aviso a la policía. En su espléndida biografía, Ian Carr desliza que el músico abandonó su reclusión entre maldiciones. «Me han tratado como a un puto negro», espetó a su agente cuando fue a recogerlo a la mañana siguiente. Aunque solo fuera cierta por aproximación (habrá que fiarse de los testimonios recogidos por el biógrafo), la sentencia en boca de Davis es gigantesca. Más allá de la connotación más obvia e inmediata que tenía entonces, la frase sigue siendo válida medio siglo después como metáfora de tantas vicisitudes en las que un individuo o colectivo pueden sentirse desamparados ante quienes deben reportarles seguridad.

Es la misma desazón que cualquier ciudadano puede sentir ante algunas decisiones de los que lo gobiernan. Cualquiera de ellos, sea cual sea su color político, habrá entonado la cantinela de que los suyos son los que más se asemejan al pueblo al que le piden el voto. Vale. Pero gestionar luego esa confianza implica salir de la alfombra. Los gobernantes aciertan cuando atienden a los vecinos y se equivocan cuando obvian sus problemas. Escuchar y corregir. Algo de eso ha pasado con la peatonalización de Xoán XXIII. Bajar a la calle y mirar a los ojos de la gente, en este caso, es saludable. Y no cuenta como pecado en el catecismo Coppini.