La prima

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña EL MIRADOR

SANTIAGO

24 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El recuerdo que tiene de la primera vez que la vio fue el del olor a confort que desprendía aquella niña rubia con vestido de ciudad. Pese a aquella impresión, o quizás por ella, se hizo amiga de su prima de Barcelona. Era una buena chica, aunque todos los años se quejaba del mal olor de la aldea, de las carreteras con curvas y del frío que hacía en invierno en aquella casa grande sin calefacción. En la adolescencia visitó Barcelona y se quedó impresionada con aquella ciudad que recorrió guiada por su prima y reconfortada con los bocadillos de pantumaca y jamón que les preparaba su tía. Luego se vieron menos; la prima trabajaba todos los veranos y no tardaron en hacerla fija en un buen hotel. «¿Por qué no te vienes que aquí encuentras trabajo enseguida?», le dijo por teléfono su tío cuando en la familia ya empezaban a ser un problema los años de vagancia que arrastraba. Se lo pensó, porque lo cierto es que en la aldea no veía futuro, pero su novio le pidió en matrimonio y su vida tomó otro rumbo. Vinieron los niños y apenas hubo tiempo para ver a la prima, que no volvió hasta muchos años después, con su familia ya criada. Habían reformado la casa, habían puesto calefacción y con las vías de alta capacidad, en veinte minutos se ponían en una playa «paradisíaca, no como la Barceloneta, que no cabe un alfiler». La prima alucinaba «¡Esto sí es calidad de vida!». Y se quedaron una semana más para descansar, comer y dormir.

El día del atentado la llamó preocupada: «Tranquila, estamos bien; hace años que no vamos a Las Ramblas, eso es para los turistas. Por cierto, que estamos pensando en hacernos una casa en la aldea».