Ella nos llama sin rodeos

DENÍS E. F.

SANTIAGO

DENÍS E.F.

Como enterrada en una urna, la Selva Negra encierra tesoros aún secretos que gracias a la memoria siguen vivos

03 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Alejadas de nosotros, las selvas se alzan como remansos de vida acechados y mutilados. Si pudiesen hablar, nos mantendrían a raya sin un solo atisbo de violencia. La destrucción que sufren debería herir nuestra conciencia puesto que no nos pertenecen, aunque hayan sido nuestro primer hogar, plagado de peligros, comida y escondrijos.

En la falda oriental del Monte Pedroso encontramos una en miniatura, o así se la ha llamado siempre. La Selva Negra es casi atemporal; como enterrada en una urna de barro visigoda a muchos metros de profundidad, encierra tesoros aún secretos que gracias a la memoria siguen vivos.

Como finca privada perteneció al Dr. Daporta, reconocido médico y librero de la ciudad. Un vergel regado por las aguas de su pétrea fuente, donde moraban los jabalíes y pastaban las vacas y que, con el devenir de los días, se fue escondiendo entre la espesura de la maleza y los eucaliptos. Años más tarde el Concello llevó a cabo una más que acertada recuperación del espacio verde, desbrozando y sustituyendo la especie invasora por otras autóctonas.

El acceso es sencillo por sus dos principales rutas, bien por la carretera que sube al Pedroso desde el Carme de Abaixo, pasando por el lugar de Bar, o a través de San Paio do Monte bajando desde Casas Novas. Muchos otros caminos entroncan su recorrido, pero los mencionados son los más accesibles.

Para Xavier Mera, la Selva Negra es un lugar inolvidable, escenario de juventud con los amigos del barrio. «É unha sorte que hoxe toda a finca vexa recuperado o seu uso e se inventen outros novos». Picheleiro y músico profesional, nacido a finales de los setenta en A Almáciga, ha vuelto después de vivir unos años en el extranjero para asentarse al abrigo del monte más representativo de la ciudad.

Las conversaciones de las aves nos acompañan, junto al silencio de la brisa y el abrigo del sol entre las hojas, en un descubrir a cada paso que obliga a pararse. «Benvido sexa este espazo verde que, de seguro, dará acubillo a tempos compartidos entre novas xeracións na contorna compostelá».

La monumentalidad define al entorno. Incluso lo pequeño se torna grande mediante el ejercicio de mirar y se vuelve enorme si llegamos a atisbar parte de sus secretos, porque al seguir una pista en busca de respuestas se llega a otra pregunta. No por ello debemos fustigarnos cuando las cuestiones se desvanecen bajo la sombra de los árboles o a la vera de un manantial. Es simplemente la realidad la que nos arrebata y nos libera sin pedir nada a cambio.

Al igual que hacen el raposo o el mirlo cuando buscan alimento, nuestros sentidos se agudizan y relegan a la razón a otro lugar más vital, donde una palabra que se transforma en viento sin ser oída desaparece.