«Me encanta cómo se transformaron zonas de la ciudad y su evolución»

Concha Pino

SANTIAGO

Santiaguesa de pro en la línea en que dice que lo fue su madre, se sorprende de la confianza y tranquilidad de muchos enfermos cuando entran en el quirófano

01 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Se siente muy santiaguesa, pero explica que quien lo era de verdad era su madre, Carmiña Iglesias, «santiaguesa, santiaguesa, con una querencia especial por lugares a los que le gustaba ir una y otra vez, como la rúa do Medio, donde vivió una tía, o a la Praza de Abastos, donde conocía a casi todo el mundo». Susana Rabanal Iglesias, médico anestesista, rebobina sus recuerdos con fluidez y con cierta incredulidad «porque no sé qué contar».

Susana nació en un sanatorio que había en el Hórreo, «cuando la mayoría de las mujeres parían en casa». Su madre era una de las hijas del dueño de los autobuses Celta, «una mujer guapísima y con un carácter alegre». Su padre, Manuel Rabanal, era leonés, «pero se identificó muy pronto con la ciudad y se sentía tan santiagués como el que más; y con Galicia, porque hablaba gallego perfectamente y si bien en casa se habló siempre castellano, nos lo enseñó a hablar. Era docente todo el día, a todas horas, pero de una manera muy didáctica, con una gran capacidad de comunicar».

El progenitor de Susana llegó a Santiago, «a la estación de Cornes y en un día de lluvia de los de antes», para ocupar su primera plaza como profesor en el instituto Rosalía, y con la intención de regresar a su tierra, «pero se enamoró de mi madre, que había sido alumna suya, se casaron y se marcharon los dos a León, pero volvieron para quedarse para siempre». Esta vez fue como profesor del instituto Xelmírez, donde impartió clase unos quince años, hasta que sacó una plaza de adjunto de Universidad y, años más tarde la de catedrático de Griego. Se implicó muy pronto en la vida social y cultural de la ciudad, y fue colaborador del diario La Noche , en el que escribía una columna diaria, Nebulosa .

Cuando ella aún era una niña se instalaron en la que muchas personas aún conocen como «a casa dos catedráticos», porque su contrucción fue promovida por una cooperativa en la que eran mayoría profesores y catedráticos de la Universidad de Santiago como Rodeja, Puente o Hilario Sáez, entre los que cita Susana. Aquel edificio, frente al Policlínico la Rosaleda y al colegio Cluny, era el único que había en una calle que aún no era tal, A Rosa. Susana recuerda perfectamente «cuando pusieron los adoquines y las aceras, y los muchos años en los que no había alumbrado y nos daba miedo volver solas por la noche siendo adolescentes, por lo que quedábamos en un sitio para ir juntas y coincidir con la chicas que residían en el colegio de Cluny, que tenían que estar de vuelta a las diez».

La transformación urbana es tal que cuenta que no le extraña que a su madre la sorprendiera tanto que le decía que no parecía su ciudad. A Susana Rabanal le gusta. Confiesa que está encantada con la manera en que ha evolucionado a partir de la etapa de Xerardo Estévez, «cuando se levantaron zonas de la ciudad, como la del Auditorio de Galicia, que me gusta mucho, o el CGAC, me encanta como encaja con Bonaval...».

Referentes

Lo que lamenta es que hubieran demolido el edificio Castromil, e incluso el viejo hospital de Galeras, «porque aunque quedó el edificio más antiguo, el resto yo creo que se podía haber mantenido, remodelado, no sé, porque es un referente para muchísima gente, y no solo de Santiago». También echa de menos el paisaje humano que tenía hace unos años la plaza Roxa, «antes del nuevo aspecto que tiene, que no está mal, pero a mi me encantaba la vida que tenía, ver a gente mayor en zapatillas, a niños jugando, mamás con cochecitos... Era familiar y popular».

Que ella estudiase Medicina siendo su padre un hombre de letras no desentona en la tradición familiar. «Eran labradores leoneses ricos y los hijos que quisieron estudiar eran curas o médicos, pero mi padre se empeñó en ir a la Universidad Pontificia de Comillas, hasta que de repente dijo que no, que no, que lo que quería era estudiar Griego. Lo tuvieron un año castigado sin estudiar, pero acabó Clásicas en Salamanca».

La etapa universitaria de Susana fue tranquila en los convulsos años setenta y con el movimiento estudiantil muy activo en Santiago. Dice que iba a las asambleas, a alguna manifestación y a algún encierro, «pero con mucho miedo, sin estar metida en nada, porque en el fondo era una niña buena». Susana nunca dejó Santiago, porque después de acabar la carrera hizo el MIR en Anestesia y empezó a trabajar en el Hospital Xeral de Galeras hasta que el centro se trasladó al nuevo complejo en A Choupana.

De su actividad profesional dice que en su especialidad son mayoría las mujeres, y que nunca son inmunes al sufrimiento de los pacientes. «Procuro acompañarlos, tranquilizarlos, y soy cariñosa con ellos, porque lo soy por carácter, aunque a veces me sorprende la tranquilidad con que entran al quirófano, confiados». Cita al que fue su jefe, Avelino Franco, con un reconocimiento especial, «porque creó un equipo de investigación que para mi fue fantástico, un ejercicio de método importantísimo.