La pastelería El Cisne de Oro lleva más de 25 años ofreciendo sus famosas ensaimadas, primero en el centro de Santiago y después en Bertamiráns
10 ago 2008 . Actualizado a las 02:00 h.Francisco recibe a todo el que entra en El Cisne de Oro con una sonrisa y muy buen humor. Sin embargo, detrás de una personalidad entrañable aparece toda una vida de trabajo dedicada al arte de hacer pasteles. «Al principio las cosas son difíciles, eso siempre», afirma. «Antes trabajabas 12 o 14 horas y no protestabas. Era la mejor forma de ahorrar porque no tenías tiempo para gastar», indica pero afirma que «ahora a los jóvenes todo se les da hecho y no le dan valor. Quieren seguir siendo jóvenes hasta los 35».
El padre, cordobés de nacimiento, abrió su primer negocio en la calle Santiago de Chile de la capital gallega, después de haber pasado por Barcelona, Madrid, Canarias y Mallorca. Recuerda que a esta ciudad vino para «inaugurar el Palomar, una pastelería-cafetería que había antes en la plaza Roxa». Después ya se instaló por su cuenta. «En Santiago aguanté 14 o 15 años y con el tiempo que llevamos en Bertamiráns, ya sumo 25 años en esto». Para él los tiempos han traído muchos avances que han facilitado el trabajo. «Antes todo se hacía a mano. Ahora con las máquinas es mucho más fácil. Amasar a mano era muy difícil», explica.
Enrique y su hermano pequeño, como la mayoría de los hijos de padres con negocios propios, crecieron en la pastelería. Sin embargo, aunque el pequeño no quiso seguir, Enrique encontró en la empresa familiar la profesión de su vida. «Empecé a los 13 años porque hacía falta ayuda», explica y reconoce que le gustaba dibujar y por eso empezó a hacer figuras para el escaparate. «Los niños hicieron dos cursos de EGB por la noche porque tenían que ayudarnos», aclara Francisco mientras mira a su hijo con orgullo. «Cuando los dos eran pequeños siempre estaban incordiando porque querían hacer cosas -se ríe- pero yo les decía 'ya os llegara la hora'».
Durante tres años, El Cisne de Oro estuvo abierto en Santiago y en Bertamiráns, pero finalmente se decidieron por ampliar el negocio en Ames y cerrar el de la capital. En estos momentos, el negocio va bien, pero tanto el padre como el hijo reconocen que «la crisis se nota». Enrique indica que «hay un bajón general bestial, incluso la panadería de aquí al lado lo nota y eso que el pan es un alimento básico». Pero su padre ve una parte positiva, ya que considera que «esto servirá para enseñar a la gente que se creía que la vida era así. Muchas personas no le dan valor a las cosas».
Después de 25 años dedicándose a este negocio, Enrique sigue tan ilusionado como al principio y su padre continúa saludando a la gente con una sonrisa. Los dos están contentos porque el negocio seguirá en el tiempo, ya que los nietos ya apuntan maneras. Claro que todo esto no habría funcionado sin todo el esfuerzo de la madre.