Su mejor obra

Aurelio Gutiérrez

AL SOL

27 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Miró sus últimas estatuas, sobre la arena del Mediterráneo. Y estas se miraron entre si; y mientras la una pareció ver la arista minúscula en la frente de la otra, los ojos de la segunda estaban fijos en las manos demasiado grandes de la primera. Miró las estatuas ciegas a su belleza y a la de su autor. Miró sus propias manos, quizás demasiado toscas y se las llevó crispadamente a la frente, tal vez demasiado estrecha. Luego buscó con los ojos algo bello en una nube pero pensó que las nubes -las nubes- no deben esculpirse. Buscó una ola con el tacto exacto de la sal y la textura precisa del mar, pero las olas eran además ?todas- cadencia.

Enorme sarcasmo. Las estatuas ciegas ignoraban las miradas que sobre ellas atraería la mano del escultor, no ahora pero sí dentro de miles o de millones de años; igual que las nubes y el mar lo ignoran todo. Sarcasmo grande en belleza, gigante en soledad. Quizás mayor aún que el sol o que la noche. ¿Echar mano del Caos, de las tinieblas? El barro roto no es fruto ninguno. Otra vez más arena.

«¡Si pudiera ver mejor!» Como una mueca la arista en la frente, como un gesto obsceno las toscas manos. Lo cantan las olas, las nubes. Podría hacer miles, cientos de miles en el tiempo infinito. Mas todas con una mueca. Podría hacerlas de barro, de piedra, madera. Piel. Podría, claro que sí. Entonces lo supo: quiso ser su mejor obra. Y vio que era algo hermoso, pero no supo qué nombre darle.

Entonces, con la larga melena canosa bajo el cielo que dibujaban las nubes, acariciados los pies por olas mecidas eternamente, colocó sus manos sucias de barro sobre su propio pecho, y sopló.

Aurelio Gutiérrez Cid. 50 años.