London calling

María Gestal Couto RELATO

AL SOL

27 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Aquella cabina roja estuvo delante de la puerta de mi casa hasta bien entrada mi adolescencia. Era un referente icónico en nuestra calle. Servía tanto para cobijarse cuando llovía, como para pandar cuando jugábamos al escondite. Algunos días de inspiración, también se convertía en sucedánea de TARDIS. Hasta que tuvimos línea telefónica, era necesario bajar los tres pisos que me llevaban a la calle, con monedas suficientes, y hacer cola cada vez que quería llamar a esa amiga afortunada que tenía teléfono en casa. Aprendí a calcular cuánto tiempo podía hablar antes de que me interrumpieran los pitidos y se cortara la conferencia. Había que ser preciso, ir al grano, y salir rápido de ese contenedor perfumado de orina. En las paredes de la cabina veía anuncios de chicas con nombres exóticos, que buscaban una comunicación más tangible. Los días de suerte, no me topaba con indicios de que la hubieran mantenido en la propia cabina. En invierno, anochecía a las cuatro de la tarde. A partir de esa hora, no solía bajar a llamar. La cabina se convertía en refugio para desamparados, escondite para acalorados y un lugar prohibido para niños residentes. Soho se convertía en un lugar inhóspito para la infancia. Las señoras que trabajaban en nuestra calle nos imponían toques de queda, mientras nuestros padres partían el lomo en sus oficios. Nuestro patio de recreo dejaba de serlo en cuanto se encendían las farolas.

María Gestal Couto, profesora de inglés, 52 años, Oleiros.